La Ley de Boyle-Mariotte es muy conocida por los aviadores. Dice que "a temperatura constante, los volúmenes de un gas son inversamente proporcionales a las presiones que soportan".

Las consecuencias prácticas del comportamiento de los gases de acuerdo a esta ley son también muy conocidos por los pilotos, que son aleccionados al respecto tanto en los cursos teóricos al comienzo de sus carreras de vuelo, como por los instructores de todos los tipos de aviónes. "Si está resfriado no vuele" -nos decían- "si lo hace, las variaciones de presión al ganar altura y al descender empujarán las secreciones nasales infectadas hacia los senos faciales y frontales de su cabeza, de donde será muy dificil extraerlas, por lo que usted sufrirá de sinusitis probablemente por toda la vida."

Y también hay que tener cuidado con iniciar un vuelo con la vejiga llena, en especial los pilotos de aviones de entrenamiento o de combate, en los que no se pueden levantar del asiento para ir a aliviar necesidades fisiológicas.  Por eso a mí mis instructores me enseñaron que, inmediatamente antes de subir al avión, se debía orinar, para iniciar el vuelo con la vejiga vacía. Si se incumplía esta regla, Boyle-Mariotte se encargaban de castigarnos aumentando la presión en ese órgano, en forma inversamente proporcional a la disminución de la presión de la atmósfera exterior, a medida que aumentábamos la altura de vuelo. Más de un piloto infractor ha descendido de su aeronave debiendo afrontar la verguenza de una gran mancha húmeda y oscura en su "flying suit", además del costo de una caja de cervezas para el mecánico obligado a limpiar la cabina.  Y está además aquel del que se cuenta que, terriblemente urgido por las ganas de orinar y ante la obligación de esperar turno para aterrizar, declaró estar en emergencia para lograr que le dieran "turno uno", y cuando el Control de Torre le preguntó que tipo de problema tenía, no tuvo mejor salida que contestar: "Emergencia fisiológica..."

Todo esto me trae a la mente que en las aeronaves de alta perfomance, con capacidad para ascender y descender a miles de pies por minuto, el problema se magnifica, por lo que en el Grupo de Aviación N° 2 Caza, el consejo de orinar inmediatamente antes de subir al avión, lo seguíamos al pie de la letra, y eso significaba hacerlo allí mismo, en los pastitos de atrás de la línea de estacionamiento, puesto que los lugares cerrados socialmente aceptables para ello quedan normalmente muy lejos.  Y una cosa trae la otra, en este caso un pensamiento ligeramente machista: las señoras pilotos de combate que actualmente tiene la Fuerza Aérea Uruguaya, ¿cómo cumplen con este rito / procedimiento? 


Diciembre de 1976. Seis aviones A-37 Dragonfly de la FAU están en las últimas etapas del ferry iniciado en la fábrica de Cessna, en Wichita, USA. (ver Aquí Totonicapan Torre) El día anterior habían volado desde Talara en el Perú, hasta la capital Lima, y de allí hasta la chilena Arica donde pernoctaron. Esa mañana decolaron y pusieron rumbo a Mendoza, en la precordillera argentina, ciudad de muy buenos vinos y tan bellas mujeres...

En Mendoza, sede de un escuadrón de F-86's Sabre de la Fuerza Aérea Argentina, los A-37 repostarán combustible y desde allí pondrán rumbo a Carrasco, culminando así el extenso periplo iniciado cuatro días antes.

Pero la meteorología quiere otra cosa, y una tormenta sobre la cordillera obstruye el paso de los Dragonfly, que deben dirigirse al alternado previsto Antofagasta, en Chile, donde son recibidos con la tradicional hospitalidad con que los chilenos tratan al viajero. Son los camaradas del Grupo 9 de Caza de la Fuerza Aérea Chilena, pilotos de Hawker Hunter.

La visita será corta, pues en cuanto se despeje la cordillera deberemos partir. Pero los hermanos chilenos extreman sus atenciones. El almuerzo en el Club de Oficiales es opíparo, y tras el café y la sobremesa, algunos somos seducidos por la invitación a ver la cercana costa del Pacífico, que en esa zona presenta las increíbles esculturas del guano labrado por el mar durante cientos de años.

Hacia allí nos conducen en un par de vehículos, a través del desierto de Atacama. En los límites de la Base, se levanta un gigantesco cartel donde se expresa el comprensible orgullo y la necesaria soberbia de los pilotos de caza:

Este es el hogar del Grupo 9 de Caza,

las tareas difíciles las cumplimos al instante,

para las imposibles demoramos un poco más.

Ya sobre la costa, el paisaje se convierte en acantilados torturados por el continuo ataque de las olas, que ha creado cavernas, pequeños fiordos, quebrados canales donde ruge el mar atrapado con intensos azules que destacan en la variedad infinita de los marrones del terreno.  Pero hay una pequeña caleta donde el océano está apacible, invitando a estos uruguayos siempre enamorados de las playas, a sumergirse en él.

Solo dos chilenos y Pilotoviejo aceptan el reto de zambullirse desnudos en las heladas aguas. Pero apenas lo han hecho se recibe por radio la orden urgente de regresar: la cordillera está despejada y es necesario partir de inmediato.

No hay toallas. Sobre el cuerpo mojado Pilotoviejo viste rápidamente la ropa interior y el mono de vuelo. El recorrido de regreso a la Base "Cerro Moreno" es acelerado, y tras cortas despedidas, los 6 A-37 decolan rumbo a Mendoza.

Mientras vamos ascendiendo la cordillera se despliega aparentemente infinita debajo de los aviones que parecen quietos en el aire muy calmo. El sol literalmente nos "cocina", porque por encima nuestro queda muy poca atmósfera para filtrar sus ardientes rayos. Para contrarrestar ese ataque se baja al máximo la temperatura de las cabinas.

Como siempre, Pilotoviejo disfruta mucho del vuelo. Admira el paisaje y hombro con hombro en la estrecha cabina, conversa con Luciano Castro, su mecánico y compañero de tripulación, mientras comienza a sentir un cierto desasosiego.

La cabina empieza a parecerle cada vez más estrecha y su asiento cada vez más incómodo. Muy en su interior, sus entrañas se están rebelando por la obligación que se les ha impuesto de tener que procesar el abundante almuerzo, en un ambiente cada vez más frío por la evaporación de su ropa interior mojada. Sus intestinos comienzan a retorcerse salvajemente generando gases que están muy lejos de poder ser liberados.

Y entran en la escena los señores Boyle y Mariotte con su maligna ley. El avión asciende y la presión atmosférica disminuye, por lo que los gases en los intestinos de Pilotoviejo se expanden.  El avión continúa ascendiendo, la presión atmosférica sigue disminuyendo, y los gases de Pilotoviejo continúan expandiéndose...

El desgraciado piloto ya no puede seguir en los comandos del A-37, que cede obligado a Castro, el que afortunadamente en las largas horas de vuelo del ferry ha aprendido a mantener aunque sea en forma precaria una formación abierta. Fortísimos dolores en el bajo vientre retuercen a Pilotoviejo. Considera declarar su situación al "Diente" Curbelo, jefe máximo del Grupo de Aviación N° 2 Caza y guía de la formación de A-37. La solución es volver a la aún cercana Antofagasta descendiendo rápidamente para aliviar la presión sobre sus intestinos. Pero deberá acompañarlo otro avión, se frustrará la bienvenida oficial que se está preparando en el Uruguay, etc. Los inconvenientes serán serios y afectarán gravemente el cumplimiento de una misión cuidadosamente planificada...

No. Es preferible reventar como una bomba en el cielo cordillerano que exponerse a la muy razonable ira de sus superiores. Pilotoviejo decide aguantar y confiar en su compañero de cabina, que lucha con controles de vuelo y palanca del acelerador, manteniendo una razonable posición en la muy abierta formación, mientras azorado contempla a Pilotoviejo, que se ha liberado del cinturón y del arnés de seguridad y se arquea gimiendo contra el techo de la cabina. Su vientre se ha expandido como un globo, y se asemeja a un monstruoso embarazo masculino. Durante más de una hora el piloto sufre los embates de los gases encerrados y enfurecidos.

Por supuesto que ya no disfruta del espectáculo de los Andes gigantescos bajo el sol de verano. Pilotoviejo también se pierde la transición maravillosa en la precordillera argentina, del blanco de las cumbres nevadas al oscuro verde de las vides mendocinas.

El descenso alivia la mayor parte de sus dolores y logra volver a los comandos para el aterrizaje en Mendoza, adonde llega con los tanques de combustible casi vacíos, por el consumo excesivo de JP-4 que ha causado la falta de entrenamiento en el vuelo en formación de Castro, el que sin embargo, le ha salvado la vida.

Dos horas más tarde, habiendo liberado a sus torturados intestinos de la carga maligna, Pilotoviejo completa su recuperación y vuelve a disfrutar de la gloria del vuelo cuando, ya ascendiendo en la ruta Mendoza-Carrasco los 6 A-37 en perfecta formación de desfile, reciben el saludo de despedida de un elegante F-86 argentino, que pasa veloz bajo ellos y se levanta frente a sus proas girando en lento, bien lento, majestuoso toneau de barril...

Pilotoviejo