Leyendo el excelente artículo del Sr. José Abellá, referente a las inundaciones del año 1959, encontré una mención a una misión cumplida por un avión de PLUNA transportando botes salvavidas, un equipo de nadadores y otros elementos hacia Treinta y Tres, que era la cabecera norte del flujo de ayuda que se enviaba a la zona inundada. El Sr. Abellá describió con gran precisión aquella misión y me es grato confirmar su relato, porque estuve allí.

 


Nuestra intervención en todo el asunto comenzó en realidad en la noche del 16 de abril, alrededor de las 22:00 horas. Quien esto escribe formaba parte como Comisario de a Bordo de una tripulación liderada por el Comandante Mario Añorga, no recordando quienes eran el Copiloto y el Radio Operador. En mi Libro de Vuelo registré que estábamos cumpliendo el vuelo 154 de PLUNA en un DC-3, transportando pasajeros desde Aeroparque hacia Carrasco.  Eran los pasajeros de un Vickers “Viscount”, el CX-AQN, que por razones que no vienen al caso (creo que el radar estaba inoperativo) había quedado demorado en Aeroparque.

PLUNA CX-AQC en Paysandú, en abril de 1960, foto vía A.Mata y J.Salvo

El mal tiempo que azotaba al Uruguay se mostraba en toda su intensidad y el vuelo era bastante sacudido.

En medio del vuelo, recibimos de Carrasco un mensaje diciendo que según informes de Treinta y Tres, se requería el envío de un avión grande, para llevar elementos de auxilio, pues se hablaba de niños subidos al techo de una Escuela rural. El nuestro era el único DC-3 de PLUNA disponible, pues el resto de la flota estaba desparramado por todo el país, anclados por el mal tiempo. El mensaje también preguntaba si la tripulación se ofrecía como voluntaria para hacer ese vuelo especial. Recuerdo que el Cdte. Añorga hizo una rápida consulta y todos decidimos ofrecernos. No cabía otra respuesta.

Cuando aterrizamos en Carrasco, se vivía un clima de nervios y de urgencias. El AQC fue remolcado hasta el hangar de PLUNA, donde un puñado de mecánicos comenzó a desmontarle los asientos, pues la Marina estaba enviando a Treinta y Tres dos enormes botes, tres grandes motores fuera de borda y un equipo de diecisiete nadadores para tripular las embarcaciones. Mientras, Añorga y el copiloto estudiaban las cartas meteorológicas y los pronósticos para determinar la hora de salida. Por los contratos del Seguro que tenía PLUNA, había que aterrizar luego de la hora prevista para la salida del sol, pues Treinta y Tres no tenía balizaje nocturno. El crepúsculo náutico matutino indicaba que teóricamente a las seis y algo de la mañana saldría el sol, y si llegábamos a accidentarnos, entonces “no habría problema”, pues estaríamos dentro de los términos de los contratos de Seguro. Parece absurdo, pero esa era la realidad que estábamos viviendo.

El Coronel de la Fuerza Aérea que era el Jefe de la Base Nº 1 en Carrasco envió un coche a la oficina de Operaciones de PLUNA donde estábamos todos reunidos, con una invitación a tomar un café en su despacho y hablar del problema. Lamento no recordar quién era este Oficial, que nos recibió con tanta cortesía. El, como buen aviador, sabía de sobra que el vuelo que haríamos no iba a ser un vuelo de rutina.

Recuerdo que en un momento sacó una botella de cognac y tras hacer alguna broma respecto a la abstinencia previa a los vuelos, nos invitó a una copa “para combatir el frío” El café y el trago nos fueron de gran utilidad, pero mientras tomábamos el café sonó el teléfono con una llamada del que era Gerente General de PLUNA, el Ing. Langón, quien airadamente negaba la autorización de la compañía para hacer el vuelo.

El Coronel escuchó las protestas del Gerente General y su respuesta fue tan fría como la lluvia que seguía cayendo:

“-Mire, Ingeniero, entiendo su preocupación, pero le aviso que el avión ha sido requisado por la Fuerza Aérea y que yo tengo delante una tripulación que se ha ofrecido como voluntaria para la misión. Así que…buenas noches, Ingeniero”

En ese momento se presentó un Oficial joven de la FAU, quien nos fue presentado como otro miembro de la tripulación, para formalizar el asunto de la “requisa” del avión. Si alguno de los lectores de “Pilotoviejo” se identificara o recordara su nombre, el autor agradecería que se lo hagan saber.

Tras un apretón de manos y un cálido “-buen vuelo” volvimos a Operaciones, donde ya estaban cargando los botes y todo el equipo de los nadadores de la Marina. El problema era que los botes eran enormes y por más que se probaron distintas posiciones al cargarlos, siempre nos sobraban algo así como un medio metro de bote por fuera de la puerta de carga. Los dos botes debían viajar si o sí, así que el Cdte. Añorga, de común acuerdo con el despachador de Operaciones quien si bien recuerdo era Juancito Barreto, decidieron que saldríamos así, con un pedazo de bote de afuera. Para minimizar el drag, se cerró la puerta todo lo que se pudo, y desde adentro, la sujetamos con un fuerte sandow de goma. Toda la carga estaba trincada a las argollas del piso del avión, y los “pasajeros” se acomodaron como pudieron, de espaldas a la dirección de marcha. Con nuestra carga en esas condiciones, Añorga encendió motores y comenzamos a carretear bajo la fina llovizna, con los amortiguadores quejándose en cada junta del hormigón, pues estábamos cargadísimos.

En la que era la cabecera 18, Añorga hizo girar el avión y aceleró los motores a fondo, mientras pisaba los frenos con todo. Cuando los soltó, comenzamos a acelerar mientras las balizas pasaban cada vez más rápido. Rodamos y rodamos, mientras el peso del avión se iba trasladando a las alas, y salimos casi en el final de la pista. Como siempre, el DC-3 hacía lo que parecía imposible.

El fiel AQC trepaba y trepaba, hasta que alcanzamos una altura de crucero que nos aseguraba no encontrar ningún obstáculo terrestre. El vuelo no era un viaje de placer, pues a medida que trepábamos, teníamos turbulencia moderada, pero ninguno de los pasajeros abría la boca, limitando las conversaciones a gestos con las manos.

En la parte de atrás del avión, al lado del galley, a través de la puerta entreabierta, entraba un chiflón de viento mezclado con agua. Imagino los esfuerzos de Añorga para llevar al avión, con aquel pedazo de madera saliendo por un costado. Al cabo de una hora y minutos se vuelo, se encendió el letrero de “Use cintos” que mas parecía un chiste, dadas las condiciones en que estábamos apeñuscados.

A los gritos, previne a los “pasajeros” de que iniciábamos el aterrizaje, y que debían sentarse de espaldas a la dirección de marcha y agarrarse bien de lo que tuvieran cerca. Añorga hizo un largo viraje por sobre el “aeródromo” para observar el estado del suelo. Aquello parecía una laguna con algunos islotes de pasto. Ya estábamos en condiciones “reglamentarias” para aterrizar y allá fuimos.

Añorga hizo una aproximación muy baja, tomando como referencias los árboles y algunos postes de teléfono, pues conocía la pista como la palma de su mano.

Yo estaba ubicado al lado de la última ventanilla del lado izquierdo y cuando tocamos tierra ví lo que nunca había imaginado: las hélices estaban levantando y arrojando torrentes de agua por encima de las alas, mientras las ruedas dejaban una estela en el agua.

Añorga mantenía el avión en línea recta, con los pies bailando sobre los pedales y finalmente, lo detuvo casi contra los alambrados del final de la pista. Cuando carreteábamos hacia la casilla de PLUNA, vimos acercarse dos grandes camiones, que en cuanto se apagaron los motores, se aproximaron al costado del avión. La descarga de los botes y su carga en los camiones se hizo en un minuto, en un ambiente de tensión y urgencia.

En la casilla de PLUNA, donde funcionaba normalmente el equipo de radio y oficiaba de Recepción y Sala de Embarque, se formó un grupo de Bomberos, y de Pilotos Civiles que estaban con sus aviones a la orden. Algunos de ellos estaban en el aire, tratando de ubicar a quienes necesitaban auxilio. Cuando lo hacían, se avisaba a un avión que tenía un equipo amplificador de sonido, el que dirigía a toda prisa al lugar, y comenzaba a dar vueltas sobre los “náufragos” (no se me ocurre otra definición) mientras les decía con toda la potencia del equipo:

“-No tengan miedo, ya viene el auxilio, no se muevan de ahí, que ya los van a rescatar”.

Los botes de la Marina, ya estaban con los motores montados y cada uno llevaba un equipo de nadadores. Como todo estaba inundado, los botes navegaban por los caminos delimitados por los alambrados, deteniéndose a veces para abrir una portera o cortar un alambrado.

No recuerdo exactamente como se instrumentó, pero creo que con Oficiales del Ejército que allí estaban allí. Se hizo una especie de cuadrícula, para que nosotros voláramos siguiendo un patrón de búsqueda, y cuando se localizaba gente subida a los techos, nuestro avión radiaba al operador de radio de Treinta y Tres, el que por otro canal, avisaba al avión con parlantes, para que fuera al lugar.

Si bien se vivían momentos de tensión, era admirable el espíritu y conjunción de esfuerzos que reinaba en la casilla. Se hablaba en voz baja, se desplegaban cartas de vuelo, se escuchaban las trasmisiones de radio, todo con la certeza de que de los esfuerzos de cada uno, podía depender el destino de mucha gente.

En un momento dado, el Comandante Añorga decidió que debíamos regresar a Carrasco, pues se necesitaba el avión. Con la puerta debidamente cerrada, decolamos levantando charcos de agua y durante cuarenta y cinco minutos volamos sobre una sábana de agua que todo lo cubría. No podíamos dar crédito a nuestros ojos, el país todo era una masa de agua barrosa.

Al detenernos frente a Operaciones, registramos en nuestros Libros de Vuelo:

 

“17 de abril 1959 - Vuelo especial a Treinta y Tres - Comandante Mario Añorga - Avión CX-AQC

478 kilómetros volados - dos horas cincuenta de vuelo”

 

Andrés L. Mata

  

enero de 2005