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El
terremoto de Valdivia de 1960
por
Gustavo Sosa
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Prólogo
Esta historia de vuelo
andaba perdida por allí, resumida apenas en la saga oficial de la
Fuerza Aérea uruguaya, como una de tantas “misiones de ayuda
humanitaria” cumplidas.
Su autor, Gustavo Sosa, la escribe a partir de lo que recuerda de las
narraciones que sobre ella escuchara de su padre, integrante de una
tripulación que cumplió con su deber y ejecutó las órdenes que se le
impartieron de llevar ayuda al pueblo hermano necesitado de ella.
Dicho así, parece una misión de
transporte más. Pero cuando se analizan las circunstancias y las
condiciones extremas en que se cumplió, aún a través de tanto tiempo
pasado podemos percibir los sentimientos, los miedos y la
determinación de la tripulación, y darnos cuenta que esta “Memoria
del Tiempo de Vuelo” rescata del olvido una verdadera hazaña de cinco hombres y
un avión uruguayos empeñados en la más noble de las batallas, la de
la salvaguarda de la vida humana.
Pilotoviejo |
La catástrofe El 21 y 22 de mayo de 1960 dos terremotos asolaron 13 de las 25
provincias de Chile. En pocos minutos se perdieron miles de vidas y se
destruyeron incontables viviendas. Parte del territorio se hundió en el
mar, aparecieron nuevas islas y otras fueron arrasadas por el maremoto. La
geografía, como nunca antes se había visto, se modificó marcadamente,
dejando una profunda huella en el espíritu de la población y deteriorando
gravemente la economía del país.
El primer terremoto afectó fundamentalmente a Concepción, y al día siguiente, el
22 de mayo, se produjo un segundo terremoto en Valdivia, 500 km. más al
sur. Y luego del segundo sismo una gran ola provocada por el terremoto, un
“Tsunami”, completó la destrucción de que había quedado en pie. El océano
se recogió por algunos minutos, dejando al descubierto el fondo del mar,
para volver en una gigantesca ola que irrumpió sobre la costa destruyendo
a su paso casas, animales, puentes, embarcaciones y, por supuesto, muchas
vidas humanas.
“Los numerosos terremotos que han
asolado la región comprendida entre Ñuble y Chiloé desde mediados de
mayo último pueden calificarse entre los más desastrosos de que haya
memoria en el mundo. La fuerza de los sismos, seguidos de grandes
maremotos, ha provocado la destrucción total o parcial de miles de
viviendas, lo que en un instante dejó sin albergue a una gran parte de
la población" (Diario El Telégrafo, Chile, mayo 1960).
Si bien es cierto que gran parte de la
provincias chilenas fueron afectadas por la catástrofe, fue en Valdivia
donde se soportó su mayor intensidad, registrándose 9,5 en la escala Richter. Ha sido éste el mayor movimiento telúrico jamás registrado, y fue
percibido en todo el Cono Sur americano.
En la región afectada por el terremoto murieron aproximadamente 4000
personas y otros 2 millones perdieron sus hogares.
Como consecuencia del sismo, se originaron “Tsunami”s que arrasaron las costas de Japón (138 muertes y daños por U$S50 millones), Hawaii (61
muertes y U$S75 millones en infraestructura), y Filipinas (32 muertos y
muchos desaparecidos). Incluso la Costa Oeste de
Estados Unidos registró
un ““Tsunami”” que provocó daños por más de U$S500.000.
Con epicentro en la zona de Valdivia, el terremoto se sintió a nivel
mundial, y todo el planeta sufrió sus consecuencias, algunas mas graves
que otras. No hay dudas de que fue el temblor más grande desde que se tienen
registros.
“Intentando aplacar a los dioses a los
que ellos responsabilizan por los continuos terremotos en el Sur de
Chile, indios Mapuches golpearon con palos a un niño de seis años hasta
matarlo, sacándole el corazón para ofrecerlo al mar. Cuando la policía
arrestó a los dos indios, estos explicaron:
-Estamos rogando por calma en el mar y en la tierra..."
La ayuda
Frente a la terrible situación que se vive,
el gobierno chileno solicita la ayuda internacional y, como no puede ser de otra manera, Uruguay
responde de inmediato. Es así que
a través de los canales de mando llega al Grupo de Aviación No.4, la orden
para el cumplimiento urgente de una misión de transporte de carga
humanitaria, por lo que es citada una tripulación de
C-47 para partir a la brevedad hacia Chile con material que envía Cruz Roja Uruguay.
Es obvio que no hubo mucho tiempo para planificar la misión, dada la
urgencia de la situación provocada por la naturaleza, que no avisa con
anticipación cuando y donde será su comportamiento violento.
”Fue una misión que salió de un día
para el otro. Yo estaba en la casa de tu madre, todavía éramos novios,
cuando un policía de la primera me avisó que tenia que irme a la Base
... después de viajar toda la noche en ONDA, me presenté al otro día y
salimos a la próxima madrugada...”
Fue así que en la mañana del 26 de mayo, partía hacia la ciudad de
Santiago de Chile el C-47 FAU 509 con el Cap.(PAM) Eduardo Franco como
piloto, el May.(PAM) Carlos Botta y el Tte.1º (PAM) Ramón Sánchez como
copilotos, el Sdo.1ª Ariel Sosa como radio telegrafista y el Sdo.1ª Basilio
Guerra como supernumerario, más cuatro pasajeros miembros de la Cruz Roja
Uruguaya, y 500 kilos de carga. Llegando a Mendoza procedieron de inmediato a recargar combustible y
decolaron nuevamente con rumbo a los pasos de la cordillera.
Los aviones C-47 Dakota deben realizar el cruce de la Cordillera de los
Andes por los pasos establecidos ya que no logran trepar lo necesario para
realizar un cruce directo sobre las cumbres. Esos pasos se cierran
frecuentemente por causa de niebla, especialmente en la época del año en
que se realizó el vuelo. Pero en todo momento estaba presente en la mente
de la tripulación, guiando su voluntad, la necesidad imperiosa en el
destino, de la carga que en ese momento se transportaba.
Arribaron al aeropuerto de Santiago de Chile ya al anochecer, aterrizando
luego de un procedimiento ADF. Fueron recibidos por las autoridades
presentes, e informados de la catastrófica situación, lo que los motivó, a
pesar del cansancio del vuelo desde Montevideo, a encontrarse listos al
alba del día siguiente, para cumplir con las misiones, cualesquiera que
fueran las que se asignaran al FAU 509 y su tripulación.

Los vuelos en Chile La orden para la misión inicial era concreta: se debía llevar el apoyo, dejarlo en
Santiago y volver de inmediato. Pero estando en el lugar el gobierno de
Chile solicitó la permanencia de la aeronave con su tripulación, con el
fin de poder evacuar, conjuntamente con las demás aeronaves que habían
concurrido, a la población mas afectada. Las Fuerzas Aéreas de toda América concurrieron a dar su apoyo en la zona
del desastre, incluyendo los más lejanos como México y Estados Unidos.
Todas la tripulaciones estaban alojadas en el Hotel Carreras pero allí
solamente se iba a pernoctar ya que la actividad de vuelo era muy intensa,
haciéndose presente todas las mañanas en Los Cerrillos, el aeropuerto con
que en ese momento contaba Santiago.
“Recuerdo que a diario el Señor Embajador de Uruguay en Chile iba en su
auto hasta el hotel, para llevarnos a Los Cerrillos. Nos dispensaba un
trato muy cordial y distinguido, y a veces éramos invitados a comer a su
apartamento. El Embajador sentía una profunda simpatía por la Fuerza Aérea
Uruguaya, porque estando en el Paraguay su esposa enfermó y debía ser
operada urgentemente, y fue un avión de la FAU el que la trasladó hasta
Montevideo para que fuera mejor atendida, quedando muy agradecida por el
trato que se le dió. También puso su vehículo personal a disposición de
la tripulación, y los llevaba y traía desde el aeropuerto. Todos los días
iba a Los Cerrillos a esperar el arribo del avión”.
La primer mañana en Santiago les trajo un espectáculo mucho peor del
imaginado. Al salir de la Base Aérea I en Carrasco se les había dicho a la
tripulación la magnitud del desastre ocurrido, pero jamás pudieron
imaginar que la realidad sería tan desalentadora.
“Todo estaba destruido, no había torre de control de tránsito aéreo. El
control lo hacíamos nosotros mismos, los que habíamos concurrido de varios
puntos de América, luego del decolaje, y continuamente estábamos en enlace
radial, informando de nuestra posición y de la altura y rumbo que
llevábamos. No había planes de vuelo. Las misiones iban surgiendo a
requerimiento de cada una de las zonas que habían sufrido la catástrofe, y
las tripulaciones iban saliendo de acuerdo a la disponibilidad”.
Despegaban todas las mañanas, cargando abrigos, medicamentos y
comestibles, y se dirigían al sur del país donde más se había sentido el
sismo y el maremoto, y volvían en las últimas horas del día trayendo a los
que necesitaban ser evacuados.

“Luego de los aviones chilenos fuimos los primeros en llegar a Valdivia.
Caminar por la ciudad y ver monumentos ecuestres caídos en el suelo era
común, todo estaba destruido, había grietas en las calles. Era un
verdadero desastre”
La primer misión del FAU 509 fue el día 27.
Santiago-Valdivia-Santiago, llevando cuatro pasajeros miembros de la Cruz
Roja y autoridades chilenas, mas 2000 kilos de carga entre comida,
frazadas y medicamentos. Regresaron a Santiago con 28 heridos que
necesitaban atenciones especiales en los hospitales de la capital chilena
(todos los evacuados en la misión se realizaron debido a esa necesidad).
Este vuelo tuvo una duración de 6.7
horas.
“El
río Valdivia antes del terremoto era navegable solamente por barcos de
pequeño calado. Normalmente se lo usaba para unir a Valdivia, en la costa,
con pueblos que se encontraban mas al interior de Chile. Luego del
terremoto ese río quedó con profundidad suficiente para ser navegado por
barcos de gran porte, dado que con el sismo el lecho del río se hundió
varios metros, siendo este otro punto comparativo de la gravedad de lo
ocurrido”.
La siguiente misión fue el día 28, Santiago-Valdivia-Concepción-Santiago.
Esta vez transportan a cinco pasajeros y 1200 kilos de carga entre abrigos
y medicamentos, y regresan con 20 evacuados de la ciudad de Valdivia y 22
de Concepción.
“Daba pena ver las caras de las personas que volvían
evacuadas, todas ellas habían perdido, por lo menos, a algún familiar. En
especial era crudo ver a los niños llorando porque tenían hambre y frío, y
además todos tenían alguna herida. Muchos de ellos preguntaban por algún
familiar, bueno, los mas viejos también lo hacían, y lo más doloroso era
no tener una respuesta. La incertidumbre era muy grande”.
Mas allá de diferencias en las jerarquías, en el momento de las cargas y
descargas, la tripulación trabajaba hombro con hombro, con el espíritu de
entrega característico de los integrantes de la FAU. Esta vez el vuelo duró 7.0 horas. Se volaba sin radioayudas. No había
radiofaros porque sencillamente no había corriente eléctrica para hacerlos
funcionar.
El día 29 realizaron Santiago-Castro-Ancud-Temuco-Santiago, transportando
en esta ocasión 2700 kilos de carga y evacuando a 19 personas (15 mayores
y 4 menores) de Ancud, y 29 (16 mayores y 13 menores) de Temuco. Cuando la
tripulación llegó a Ancud, un pueblo de pescadores, solamente encontró los
“toquitos” de las chozas de los pobladores: el mar había arrasado con
todas las precarias edificaciones.
“Daba mucha pena ver a toda esa gente
que observaba los restos de lo que solo hacía unas horas había sido su
casa, y también su forma de sustento y de vida”.
Esta vez el vuelo dura 9.8 horas, y ocurre que durante el regreso fallece
uno de los niños debido a las heridas que había recibido. Este hecho deja
muy decaída a la tripulación pero a la vez los fortalece en su
determinación para seguir cumpliendo con las siguientes. En invierno el sur de Chile se caracteriza por poseer un clima de mucha
lluvia por el aporte de humedad proveniente del mar y que no cruza la
cordillera. Esto reduce, con nieblas y neblinas, la visibilidad en las
zonas de operación, a lo que se deben agregar en ese momento dos factores
adversos: el no contar con radioayudas ni con control de transito, y que
muchos de los pueblos se encontraban en la base de los acantilados sobre
el Pacífico, todo lo que sumado obligaba a las tripulaciones a volar
muchas veces sobre el mar por debajo de la altura de los acantilados, para
evitar ingresar a la nubosidad para no desorientarse. El clima se había tornado crítico ya que la temperatura había descendido
mucho y había comenzado a llover en varias regiones. Las operaciones en
los pequeños pueblos se debían realizar en campos no preparados y a esto
se le debe sumar la dificultad del desconocimiento del terreno, y a la
ansiedad de la población de ser evacuados y ser llevados a terreno mas
seguro. Pese a todas las dificultades, todas las operaciones que realizaó
el FAU 509 se realizaron sin el más mínimo incidente.
“En uno de los vuelos llevamos a un periodista del diario “El Plata”, ya
desaparecido, el que habitualmente se quedaba en Santiago. En una
oportunidad por razones de mal tiempo no pudimos regresar a la capital, y nos
quedamos a pernoctar en uno de esos pueblos. Como no llegábamos y no
existían forma de comunicarse, este individuo, este inconsciente, informó
a Montevideo que no se tenia noticias del avión uruguayo, sin ofrecer
ninguna aclaración. Imagínese la desesperación de nuestras familias y el
desconcierto de los oficiales de la base. Se querían morir, porque seguro,
no sabían dónde estaba el avión uruguayo.”
Esa noche fueron invitados a quedarse en la zona donde estaban los
militares chilenos, quienes prepararon un vino con naranjas caliente.
Durante la noche ocurrió otro temblor, que la tripulación no percibió,
excepto el Tte. Ramón Sánchez que sí lo sintió, y luego les contaba que la
cama se le movía y parecía como si hubiese una pelea de gatos debajo de
ella.
“Nos mostraron en el casino de oficiales una lámpara del techo que tendría
como dos metros de diámetro, y nos contaron que durante el temblor la
lámpara golpeaba el techo a ambos lados. ¡¡Imagínense la intensidad del
movimiento!!”.
Nota de redacción:
En
febrero del 2014, 10 años después de la publicación de esta
historia, Ricardo Botta (también aviador), hijo de Carlos Botta,
copiloto del FAU 509, nos acerca sus recuerdos de cuando tenía
seis o siete años, y escuchaba contar a su padre de sus
aventuras en tierra y cielos chilenos:
Los vuelos eran de
inmediato y nunca programados. No se sabía bien quien
estaba a cargo de todo el sistema, y menos de ese C-47
de la FAU, que volaba sin radios en tierra que ayudaran
a la navegación en ese territorio desconocido.
Era a garra y
corazón.
Ocurría que después de aterrizar en destino de
muchos
vuelos, alguien de la Cruz Roja decía: -aquí
cerca, a unos cientos de kilómetros, hay un pueblo donde
nos necesitan.
Y así sin más estos
hombres ponían proa a un lugar desconocido, a pistas sin
marcar y a veces dudando de que fuera una pista. Les
llevaban comida, ropa y abrigo, y los trasladaban si
había enfermos.
Pero muchas veces esa
gente de pueblos chilenos olvidados, que nunca habían
volado, tenían miedo y no querían dejar ni a sus cabras,
por lo que a bordo no se sabía de peso, de cantidad de
personas o de animales.
Vuelos los más cortos
de 5 horas. De baño en el avión no se sabía, ellos ni
tenían baño en sus precarias casas. Pero los aviadores
uruguayos no podían dejar atrás a ninguno.
Imaginen el cuadro de
horror a bordo: miedo, olores, animales, y además, mal
clima.
Un día, al comienzo
del despegue, el copiloto -mi papá- advierte a su
derecha una grieta que se agranda corriendo paralela al
decolaje. Ambos pilotos con la potencia de los motores a
pleno y esperando alcanzar la velocidad de vuelo. El
resto rezando para que el avión gane la carrera contra
la grieta, contra el terremoto, contra todo.
Un segundo después que las ruedas del noble
avión dejan el suelo, la grieta cambia de rumbo y
cruza
bajo el FAU 509. Por poco, habían despegado.
Esa noche festejaron
con algún trago fuerte. No sé si al otro día en la
mañana volaron pues si fue así no respetaron las 8 horas
de abstemia reglamentaria.
Demás está decir que
siento un gran orgullo por esa tripulación, por mi padre
y por la Fuerza Aérea Uruguaya, que me enseñó a volar, y
me dejó vestir el inmortal y glorioso uniforme azul.
Ricardo Botta,
febrero de 2014
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Al día siguiente, el 30 de mayo, vuelan de Santiago a Osorno y de regreso
a Santiago, ahora transportando muy poca carga, pero evacuando a 30
personas (18 mayores y 12 menores). Este vuelo tiene una duración de 7.3
horas. Continua haciendo frío y ahora se está volando mas al sur. La
duración del vuelo es mayor a pesar de haber ido a una sola ciudad debido
a que ella se encuentra mas alejada del centro de operaciones.
En Osorno, para poder aterrizar, en final la aeronave debía pasar rozando
los mástiles y la chimenea de un barco que se encontraba encallado justo
en final corta de la pista utilizable. Allí, luego del terremoto, cuando ocurrió el maremoto,
“un barco que se
encontraba en la costa terminó a ciento cincuenta metros de la orilla y no
lo pudieron sacar. La naturaleza no se conformó con haber hecho temblar la
tierra sino que también provocó la invasión de las aguas. Ocurrió que tras
el sismo, cuando la población creyó que ya lo peor había pasado, viendo
que el mar se retiraba varios cientos de metros de la costa, tanto adultos
como niños aprovecharon la ocasión para ingresar por ese lugar que siempre
había estado lleno de agua. Fue entonces que se produjo el “Tsunami”, la
ola gigante, y terminó con la vida de los aventureros así como también se
llevó lo poco que quedaba en pie”.
La próxima misión es Santiago-Rancagua-Angud-Puerto Montt-Santiago. Se
transporta a cinco miembros de la Cruz Roja y 2400 kilos de carga, y se
llevan de Rancagua y Angud a 26 evacuados a Puerto Montt donde se recarga
combustible. Desde Puerto Montt se llevan a Santiago a 31 personas en
estado delicado. Ya para ese entonces gran parte de la población chilena
había aceptado su situación y había comenzado a limpiar y poner en mínimas
condiciones a sus respectivas ciudades, demostrando que la gente estaba
dispuesta a rebelarse contra la naturaleza y a rehacer su vida. Este vuelo
duró un total de 9.5 horas.
En Puerto Montt había una gran pista de hormigón y nada mas. El terremoto
no dejó nada en pié. La torre de control de emergencia estaba en una carpa
ubicada al costado de la misma y su única función era dar datos de pista.
En cada cabecera habían parqueado tres aviones norteamericanos y los
aviones de socorro debían operar en el tramo que quedaba entre esas
aeronaves estacionadas. No se encontraban allí por capricho, estaban
cumpliendo una función. Como por las noches el frío era muy intenso, casi
insoportable, se encendían los motores de estos aviones y se los
calefaccionaba, y la población del lugar entraba para pasar la noche y así
guarecerse de la lluvia y el frío.
Por entonces ya la actividad continua se estaba haciendo sentir tanto en
la tripulación, que daba muestras de cansancio, como en el FAU 509. Se
comienza un vuelo que tenía como destino Valdivia, pero por fallas en el
motor izquierdo la misión se debe abortar y se decide realizar las
reparaciones necesarias para volver a Montevideo.
Se había estado en operación continuamente durante cinco días totalizando
40 horas de vuelo. En ese periodo se evacuaron 186 personas y se
transportaron 8.650 kilogramos de carga.
El regreso a casa. Otra vez la cordillera. Es el primero de Junio de 1960. Un C-47 (Dakota) de la Fuerza Aérea
Uruguaya, está estacionado en plataforma del Aeropuerto de Santiago de
Chile, cansado y herido, así como también su tripulación se siente
exhausta. Están prontos para partir hacia Montevideo. Se ha podido
solucionar el problema en su motor izquierdo, reparación mínima necesaria
para poder volver a casa. Aunque se sabía cumplida con creces la misión, también se tenía la
sensación de que se podía superar el agotamiento físico para continuar
colaborando en toda esta situación que era por demás espantosa. Se pensaba
en todas esas personas, adultos y en especial en los niños, que aun
necesitaban ayuda, lo que permitía sobreponerse al cansancio. Pero esa
voluntad no solucionaba las fallas mecánicas. Así que ahora hay que
volver. Comenzaba así un nuevo periplo amenazado de muchos riesgos. El invierno
estaba más riguroso, la lluvia y la niebla eran peligrosos enemigos que
podrían afectar muchísimo el vuelo. Pero había que regresar, había que
enfrentarse nuevamente a la Cordillera, ahora mas temida debido a los
problemas mecánicos y al cansancio de la tripulación.
A media mañana el FAU 509 pone en marcha con cinco militares uruguayos
ansiosos por volver a su Patria. Por encima de su agotamiento físico
llevan en su espíritu la sensación de haberlo dado todo por salvar las
vidas de muchos seres humanos, que a pesar que no los conocían y muy
probablemente no los volvieran a ver jamás, se habían mostrado felices y
demostrado su agradecimiento con una simple sonrisa o un casi inaudible
“-gracias”. El carreteo comienza bajo una llovizna típica del invierno chileno. El
Dakota decola y comienza su ascenso en espiral a fin de ganar la altura
suficiente para enfrentar a la hermosa y majestuosa Cordillera de lo
Andes. Pero la tripulación sabe que en esa espectacular obra de la
naturaleza también está contenida la traición y la muerte. Y traición es
lo que ocurre. Luego de haber puesto rumbo al paso correspondiente al
cruce, la visibilidad se reduce por niebla.
“Nunca había tomado mas alcohol que en las
fiestas de fin de año, pero esa vez me tomé tres botellas de pisco en un
ratito...”

Por suerte la niebla no se espesó más. El cruce se debía hacer por la zona
de Uspallata, un desfiladero al oeste de Mendoza. Se debe trepar hasta
aproximadamente dieciocho mil pies, y durante el vuelo es necesario usar
máscaras de oxigeno. Luego de alcanzada la altura imprescindible se
ingresa al desfiladero dejando a un lado el Aconcagua. Siguiendo la ruta
obligada, se entra en un “cajón” dentro del que se debe ir cambiando
continuamente el rumbo a fin de permanecer dentro y no colisionar. El
vuelo se realizó con un control muy estricto de los tiempos, se chequeaban
con mucha frecuencia las cartas de navegación y se rezaba por el buen
funcionamiento del motor izquierdo, el que no mostró ninguna irregularidad
en todo el vuelo. El 509 era parte muy íntima del equipo y se portó muy
bien. A pesar de que el paisaje era bellísimo, ese vuelo no fue para nada de
placer, manteniéndose una gran tensión hasta el aterrizaje del otro lado
de la cordillera, en territorio argentino. Luego de haber realizado la recarga de combustible y los trámites
burocráticos correspondientes, se retoma el vuelo hacia el Uruguay.
Para ese entonces ya las tensiones se habían aflojado, porque aunque ahora
el 509 decidiera cometer alguna picardía con su motor izquierdo, la
maquina no tendría gran problemas en continuar en vuelo monomotor, o en el
peor de los casos, aterrizar en algún campo propicio. El avión C-47 Dakota tiene una superficie alar de casi 92 metros
cuadrados, lo que le da una gran relación de planeo, y tranquilidad a la
tripulación, que sabe que excepto que se presenten obstáculos mayores, un
aterrizaje forzoso es muy seguro. Es capaz de cargar casi 5000 kilos, y en
esa oportunidad el FAU 509 lleva solamente a sus tripulantes y sus efectos
personales. Incluso se cuentan historias de C-47 que aterrizaron,
salvándose la totalidad de las tripulaciones, faltándole grandes trozos de
los planos. Este era el motivo de la tranquilidad de esta tripulación.
Arriban a la Brigada Aérea I ya cayendo la tarde. La aeronave interrumpe
la quietud de un aeropuerto silencioso, hasta que llega a su lugar de
estacionamiento y y sus motores se apagan.
El FAU 509 y su tripulación ahora pueden descansar.
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El agradecimiento chileno Según el boletín del Ministerio de Defensa Nacional Nº 4854, el Senado de
la República de Chile, “agradeció profundamente y reconoció en nombre del
pueblo chileno, a la tripulación uruguaya participante en las operaciones
de abastecimiento y auxilio de personas con motivo de la catástrofe
sísmica.” Mas tarde se suma el reconocimiento de la propia aviación trasandina, que
otorga a los tripulantes del FAU 509, Cap.(PAM) Eduardo Franco, May.(PAM) Carlos Botta,Tte.1º (PAM) Ramón Sánchez, Sdo.1ª
Ariel Sosa, Sdo.1ª Basilio Guerra, el título de “Miembros Honoris Causa”
de la Fuerza Aérea Chilena.
Gustavo Sosa Julio de 2004
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