Señora, suba tranquila...

 

Su primer vuelo operacional en Vickers Viscount como Comandante lo tomó desprevenido. No las tenía todas consigo. Se sentía abrumado por la súbita percepción de su responsabilidad por la seguridad de todos esas personas que estaban subiendo a su avión, y que él veía a través de la ventanilla lateral de la cabina.  El vuelo salía completo, con sus 76 asientos ocupados por hombres, mujeres, niños. ¡ Cuántas mujeres y niños !

Hasta ese día, su vida como piloto habían sido los aviones de entrenamiento o de combate. Apenas algunas horitas de experiencia en el U-8 Queen Air en misiones de enlace. Y ahora, tras un muy rápido curso y algunas horas como copiloto, lo largaban a volar ese maquinón cuatrimotor repleto de gente.

Sentado en el asiento del capitán se daba cuenta de que no sabía nada de este avión. Creía que era muy poco lo que había aprendido en los manuales en italiano (Alitalia), portugués (Vasp), español (Pluna) e inglés (Vickers Factory) que había podido conseguir. Si hasta el vocabulario aeronáutico inglés británico era distinto al más usado "americano": al tren de aterrizaje, en lugar de mencionarlo como "landing gear" le decían "undercarriage", para significar derecha (right) escribían "starboard", por izquierda (left) ponían "portboard"... 

Recordaba y comparaba con su preparación para el primer "solo" en la Escuela Militar de Aeronáutica, cuando se sabía de memoria hasta la cantidad de bulones que aseguraban las alas al fuselaje en el viejo y querido T-6...

Sus manos temblaban un poco en el procedimiento de puesta en marcha de las turbinas Rolls-Royce Dart. Y cuando la azafata le comunicó -puertas cerradas y aseguradas, y él le contestó -gracias, pensó que hasta la voz tenía temblorosa.

 

Pero todo fue de maravillas, y avión y pasajeros llegaron sanos y salvos a su destino. Quizás los instructores no se habían equivocado tanto al darlo "pronto"...

 

Vickers Viscount 800  (Clic para agrandar imagen)Los vuelos felices se sucedieron y con ellos llegó la natural confianza. Ahora podía confirmar por lo menos la primer parte de esa frase que afirma que los vuelos de transporte comercial consisten en horas y horas de aburrimiento, con algunos segundos de terror. Y sólo la primer parte, porque hasta ese momento nada de terror,  nada de problemas mecánicos serios, y apenas algo de las complicaciones que genera el mal tiempo. Es que el Comandante se cuidaba mucho y planificaba muy bien cada vuelo. Siempre atendía prolijamente el pronóstico, y personalmente estudiaba concienzudamente la carta de situación meteorológica: si se puede salir se sale, y si no, se demora el vuelo hasta que se pueda volar con seguridad, o se le cancela y se marcha con tranquilidad de vuelta a casa, o al hotel si no se estaba en Carrasco.

La mayoría de sus vuelos cubrían la ruta Montevideo - Aeroparque, y llegó a pensar que era imposible que en un trayecto tan corto, la meteorología le pudiera jugar una mala pasada, y tuviera que volver o aterrizar en un alternado. Estando siempre bien atento a la "meteo", a él nunca le pasaría nada de eso, y no tendría malas anécdotas que contar cuando llegara a piloto viejo.

 

Esa tarde de verano, el cielo estaba despejado. El vuelo del Puente Aéreo salió de Carrasco a horario, como le gustaba a su Comandante, y aterrizó en Aeroparque 45 minutos después. La escala era muy corta: 30 minutos para hacer combustible, cargar pasajeros, y vuelta a Montevideo.

Estaba prevista para esa noche  la llegada de un frente frío con actividad. El Comandante ya tenía toda la información pertinente, y para confirmar el pronóstico, durante el vuelo hacia Buenos Aires había comprobado mediante el radar de abordo la posición del frente y sus primeras células de tormenta: estaba donde tenía que estar, 100 millas al sur. Para cuando ese frente cruzara el Río de la Plata y afectara las operaciones de vuelo en Carrasco, él ya haría rato que estaría cenando tranquilamente en su casa.

Pensar en esa cena en familia puso de muy buen humor al Comandante, que decidió hacer un poco de relaciones públicas, y se ubicó en la puerta del avión para saludar -y ser saludado- a los pasajeros que en ese momento estaban abordando.

 

-Buenas tardes señora, es un placer tenerla a bordo. La anciana pasajera se detuvo, levantó el brazo para señalar los cumulonimbus que ya se divisaban a lo lejos en el horizonte y preguntó: -Señor, ¿nos va a agarrar esa tormenta?, ¿el avión se va a mover? Si el avión se va a mover yo no subo, porque las tormentas me dan mucho miedo.

El Comandante, canchero: -De ninguna manera, señora, la tormenta aún está muy lejos, demora horas en llegar.

La señora, temerosa: -Mire que no tengo problema en quedarme. Lo que no quiero es volar si el avión se va a mover. ¿Está usted seguro que el vuelo va a ser tranquilo?

El Comandante: -Segurísimo. Suba con confianza. Su vuelo será un placer.

Y la anciana subió y se sentó en su asiento, reconfortada por la profesional seguridad que emanaba del piloto.

El Vickers cerró puertas, encendió motores y tras el corto carreteo a cabecera de pista, decoló rumbo a Carrasco.

 

Cinco minutos más tarde, aún en ascenso, el Comandante observó con preocupación como se estaban generando sobre el río, saliendo de la nada y rapidísimamente, violentos y abundantes cumulonimbus.

Desde Operaciones de Pluna le informaron: Carrasco 1 Cb, Laguna del Sauce 4 Cb.

Interrumpió el ascenso y mantuvo potencia máxima de crucero, intentando apresurar la llegada, para poder aterrizar antes de que la cosa se complicara más.

Cruzando el través Colonia, ya en medio de fuerte turbulencia, consultó nuevamente y la respuesta fue aterradora: 4 de Cb sobre Carrasco, 7 sobre Laguna del Sauce y 5 en Ezeiza.

El ambiente radial se caldeó rápidamente. Decenas de aviones de todo tipo atrapados en el aire sobre el río pedían informes, requerían nuevos vectores, informaban que volaban a alternados.

El Comandante viró 180 grados para regresar a Aeroparque. Estaba aún muy cerca y quizás tuviera fortuna y pudiera aterrizar allí, aunque ya estaban con "charli bravos" próximos al campo. Si no lo lograba, terminaría, con suerte, en Córdoba.

Estaba completando el viraje cuando le informaron de Operaciones: 6 de Cb sobre Carrasco, ¡¡ 8 !! sobre Laguna y 4 sobre Colonia.

Sacudido como un pelele por la turbulencia, el Vickers tenía abundante compañia en su literal zambullida hacia Aeroparque. Le precedían un TurboCommander procedente del Norte, y un Super DC-9 de Austral, que venía de Bahía Blanca. El torrero se portó como un campeón: llevó los aviones hacia la pista con intervalos de menos de 40 segundos. Desde la cabina del Vickers Viscount, con los limpiaparabrisas al máximo para quitar la lluvia que ya era furiosa, el Comandante vió aterrizar mal que bien al TurboCommander, mientras que estando próximo al toque, una violenta ráfaga de viento lateral sacaba de trayectoria al DC-9, que arremetió informando que ponía rumbo a Córdoba.

Treinta segundos más tarde, el Vickers lograba aterrizar, e inmediatamente, Aeroparque se cerraba al tráfico. Ese día no operaría nadie más.

 

Tras consultar al personal de cabina y recibir la consoladora respuesta de que no había pasajeros heridos o golpeados, el Comandante llevó el avión al estacionamiento, apagó motores, y cumplió concienzudamente con todos los procedimientos post vuelo. Demoró bastante más de lo habitual en bajar de la aeronave. En realidad, demoró hasta que estuvo seguro que no se encontraría con la anciana pasajera.

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