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El fantasma del FAU 571
Era una gloriosa mañana otoñal, con un cielo azul profundo, totalmente
despejado y los tonos dorados del sol ya entibiaban el alba. El Monte Rainier alto y
erecto sobre el horizonte, con su pico cubierto de nieve, demandaba respeto como custodia de los portones de la ciudad de Seattle,
Estados Unidos.
En esta última semana de setiembre de 1992 el clima benigno reinante era
perfecto para volar en el estado de Washington, un pensamiento siempre
presente en la gente del aire cuando buscamos cielos acogedores.
En tanto preparaba el bolso de vuelo mi materia gris generaba una
checklist virtual: “habilitación, libro de vuelo, psicofísico….” Y la
cafetera eléctrica de la habitación del hotel proveía el sonido de fondo
al estilo de motor a vapor a medida que el líquido amarronado brotaba de
su filtro. “No está tan mal” recapacité luego del primer sorbo, ya que Seattle era la tierra del café Starbucks, famoso por su sabor y variados
estilos, pero el débil café norteamericano no era aceptado fácilmente por
mis venas latinas, acostumbradas a sabores más fuertes de granos Arabica y
al reconfortante café con leche de mi infancia uruguaya.
Al llegar de Londres la noche anterior, operando en un vuelo como
tripulante de cabina en un 747-400, súbitamente telefoneé a una escuela de
aviación local en el aeródromo Boeing, para agendar un vuelo de
comprobación o check ride. Sería una buena oportunidad de ver la belleza
geográfica del lugar y mantener en práctica los conocimientos
recientemente adquiridos en la habilitación comercial FAA.
Desde mi hotel tomé un ómnibus casi vacío, solicitándole al chofer que me
informara al llegar a Boeing Field. Pocos utilizan transporte público en
una tierra donde
el automóvil es rey y las autopistas poseen 10 sendas,
como la que conecta el centro de la ciudad con el mas lejano aeropuerto
internacional Seattle-Tacoma (Sea-Tac), y rodea al campo Boeing como una
víbora gigante oprimiendo su presa. Este histórico aeródromo es la morada
del Boeing Museum of Flight y el lugar donde el Sr. Boeing también llamado
el fabricante de aviones del mundo comenzó a producir maquinas mas pesadas
que el aire en 1916. Los antiguos tinglados de madera han cedido lugar a
una monstruosa variedad de edificios de cemento adyacentes a la antigua
fabrica, abasteciendo el voraz apetito de piezas y repuestos aeronáuticos
que mantienen viva la producción aeronáutica principalmente en la cercana
localidad de Everett.
Mi cabeza, ojos mañaneros hinchados incluidos, no se despegaba de la
ventana del transporte, intentando registrar todos los tipos de aeronaves
estacionadas en paralelo a lo largo y ancho de la enorme única pista del
aeródromo. Aviones de aviación general, ejecutiva, antiguos warbirds y
algunos AWACS militares de alerta temprana, listos a ser entregados a una
nación del oriente medio, con su radar en forma de disco horizontal sobre
el fuselaje a comparable con una olla voladora de paella!
“-This is your stop, Sir,” me informa el chofer. Un rápido thanks egresó
de mis labios sin que mi rostro hiciera contacto visual con el gentil
hombre. Yo solo tenía ojos para lo que se había cruzado en mi campo visual
a la distancia. Ahí mismo en la planchada del aeropuerto, entre otras
máquinas dignas de su lugar en la historia, había una aeronave única: un
Fairchild-Hiller FH 227.
Nada de extraño, excepto la frase “FUERZA AEREA
URUGUAYA” escrita en mayúsculas en las laterales del fuselaje debajo de
las ventanas de pasajeros. Mi pensamiento inicial fue: ¿Que hace este
avión acá? La FAU no lo enviaría para mantenimiento tan lejos! Como un ex
aerotécnico de la FAU, sabía que la mayoría de las reparaciones se
efectuaban en Montevideo en la Brigada de Mantenimiento y Abastecimiento
de Carrasco, y de no ser posible su realización en Uruguay inspecciones
más complejas podrían hacerse en países vecinos.
“Un momento….” pensé. La escritura FUERZA AEREA URUGUAYA a mi entender
había sido removida de dichas máquinas cuando las mismas recibieron, junto
a su numeración militar matricula civil (CX) y la flota militar comenzó
operaciones en vuelos domésticos para la compañía estatal uruguaya PLUNA.
Por lo tanto este esquema de pintura no es contemporáneo. Una nueva
sacudida de mi cabeza – debe ser el café me imaginé – me revelaría que mi
visión permanecía diez puntos: la bandera de Artigas en el timón de cola,
fuselaje superior blanco, panza gris... es uno de los nuestros!
En ese momento le permití a mi cerebro retroceder en el tiempo. Mi afecto
por las máquinas producidas por la unión de las firmas Fairchild y Hiller,
es hoy en día enorme, ya que el FAU 570 (otro FH 227D en servicio en
Uruguay) fue el primer avión al cual me acerqué, toqué, puse pie y
finalmente volé. Como hecho notorio e inolvidable en mi vida esa misma
máquina también me trasladaría de mi patria a Brasil, ya que emigraríamos
con nuestra familia para el país norteño. La fecha imborrable fue el 19 de
Julio de 1973.
Mi padre había partido para Río de Janeiro, adelantándose a nosotros, en
busca de oportunidades profesionales en el vecino gigante del norte, de
manera similar a la cual nuestros ancestros italo-ibéricos lo habían hecho
en el siglo 19 en nuestra Banda Oriental, una nueva tierra que nos
permitiera empezar de cero.
El recuerdo de esa típica alborada de Julio, gélida e invernal, es aun muy
vivo en mí. Deberían ser las 5 de la mañana y ya estábamos de pie. Nuestro
apartamento en la calle Propios del Buceo ya en storage, las ultimas
preparaciones antes del viaje, mi atareadísima madrastra Teresa
indicándonos a Fidel, mi hermano mayor y a mí, que nos aprontáramos y la
asistiéramos cuidando a nuestros hermanos menores, Ariel de 18 meses y
Paulo de solamente 3. Dijimos un definitivo adiós (ya que no sería un
hasta luego) a las memorias de nuestras jóvenes vidas y a las memorias que
mis dos jóvenes hermanos bebes nunca tendrían de su país natal. Sin mirar
hacia atrás en la oscuridad ingresamos al taxi negro/amarillo que nos
llevaría al aeropuerto. “-Que frío que hace, no? Cero grados esta
madrugada”, fue la recepción del taximetrista intentando romper el hielo.
Pero con tantos recuerdos, excitación, tristeza y alegría conjunta de
vivir en un nuevo lugar – la cidade maravilhosa – volver a ver a nuestro
padre, en ese momento para este grupo migratorio no existía muchas ganas
de tertulia. Al llegar a Aeropuerto Internacional de Carrasco besamos y
abrazamos a nuestros parientes, familiares y amigos, ojos humedecidos en
algunos, lágrimas fluyendo en otros. La calidez con la cual el latino
despide a sus seres queridos, hecho común en aeropuertos del mundo donde
nos congregamos por momentos alegres o tristes, se manifestaba por primera
vez en mi vida.
En la planchada de Carrasco, mi corazón de 11 años de vida latía más
velozmente, en cuanto nos acercábamos al avión. Mis ojos se expandían al
ajustarse a la oscuridad, y al divisar la silueta del FH 227D (FAU 570)
sus luces internas y externas, me recordaban a un árbol de navidad a media
luz. Esta misma iluminación se tornaría años mas tarde en luces de cabina,
de posición y anti collision beacons. Las luces púrpuras del taxi-way, que
combinando con el apodo dado por el autor ingles H. Hudson en 1850 a
nuestro país - tierra púrpura - nos enseñaba el camino hacia la pista de
despegue y abandonamos suelo nativo bajo el rugido de los dos motores
Rolls Royce Dart y sus hélices Dowty Rotor en paso fino. Pensé entonces
que el algodón se fabricaba en el cielo al lanzarnos entre las nubes y
dando paso a un cielo despejado y sereno junto a un tímido pero ascendente
sol invernal.
Los reflexiones de la infancia, encuanto evocaban aromas a querosina,
gases de escape y plásticos de cabina, entre tantos, cedieron lugar a la
actualidad y a Seattle 1992. Mi vista de retorno en la aeronave
vislumbrada me jugaría, a mi parecer otra broma. La matricula militar de
la misma era 571. Moví la cabeza de lado a lado en negativa y para aclarar
mi visión: 571, otra vez, esto era imposible.
Me explico: en octubre de 1972, un FH 227 de la FAU estaba siendo
utilizado en un vuelo entre Montevideo y Santiago (Chile) vía Mendoza en
Argentina. El mismo era parte de la flota del Grupo 4 de la Fuerza Aérea y
cuyos aviones operaban para TAMU (Transporte Aéreo Militar Uruguayo)
conectando a intervalos regulares ciudades latinoamericanas transportando
pasajeros a precios reducidos.
En dicho vuelo, la mayoría de los 45
clientes eran jóvenes estudiantes del colegio católica Old Christians del
barrio de Carrasco en las afueras de Montevideo, que irían a participar en
un partido de rugby en la capital chilena. El comandante de la aeronave
era Julio Cesar Ferradas asistido por Dante Héctor Lagurara como copiloto.
Ferradas era un experiente piloto de la FAU con 5117 horas de vuelo y 29
cruces de la cordillera de los Andes en su libro de vuelo.
Luego de una escala técnica y pernocte en Mendoza el vuelo prosiguió, la
aeronave ascendió a 5500 m navegando por la aerovia G17 a través de los
Andes. En cuanto volaban a FL 150 en turbulencia la punta de ala derecha
de la aeronave impactó contra una montana y al desprenderse y doblarse
sobre el fuselaje cortó y se llevó consigo parte de la cola del aparato.
El ala izquierda también se separó y la cabina entera finalmente cayó en
la ladera de una montana, deslizándose a través de la nieve. Las
verdaderas causas del accidente son desconocidas y las conjeturas muchas.
El FAU 571 había sido construido en 1968 y tenía solamente 792 horas de
fuselaje.
Los sobrevivientes pasaron mas de dos meses en las montanas sin alimentos,
agua y equipos polares para enfrentar el clima hostil en la cima de la
montana situada en la frontera Chileno/Argentina, donde terminaría sus
días el FAU 571. Sus restos, quemados por andinistas, permanecen allí
luego de más de 30 años, con una placa dedicatoria y una cruz marcando el
lugar.
La nochebuena de 1972 fue cuando los sobrevivientes fueron hallados,
gracias al emprendimiento heroico de dos de ellos, que supieron
sobrellevar enormes obstáculos cuando todo se les anteponía por delante y
su muerte era inminente debido al hambre y frío, caminando enormes
distancias entre las montanas para finalmente obtener ayuda, luego de
declararse por terminada la búsqueda oficial y con ello la esperanza de
encontrar sobrevivientes se había disipado por completo. El mundo lo llamó
“el milagro de los Andes” y 16 compatriotas regresaron a casa. El coraje
de los pilotos de helicópteros de la Fuerza Aérea Chilena que arriesgaron
sus vidas, para recoger a los uruguayos, en sus Bell UH-1 devolviéndolos
así al mundo y sus familiares, nunca será olvidada por sus hermanos del
Rio de la Plata.
Aun anonadado me dirijo a la escuela de vuelo y completo mi check ride.
Pérdidas, maniobras generales, toques y arremetidas etc. Mi instructor
desconocía los motivos de la presencia de esta versión del FAU 571. Al
completar el vuelo, aun extremadamente curioso, me dirigí hacia el avión,
con cierta inquietud, para obtener mas detalles y fotografiar la aeronave.
Los pormenores externos eran perfectos, tal como los recordaba. Además de
haber sido el primer avión en el cual volé, estos confiables aviones
realizaban un estilo de puente aéreo entre Montevideo (Carrasco) donde yo
residía en la época y Durazno (Base Aérea 2) donde servía como aerotécnico
de motores a reacción en el Grupo de Aviación 2 (Caza). Todos los fines de
semana hacíamos el hoy llamado commuting entre ambas ciudades, así que
tenia muchísimas horas como pasajero en los FH 227 y su hermano menor el
holandés Fokker F 27, de estilo muy parecido.
Un técnico local se aproximó al ver mi curiosidad y presencia entre los
aviones, quitándome algunas de mis dudas: “Fue usado para una película,
ahora se encuentra para la venta ya que nadie lo vuela mas” Meses mas
tarde, aun en 1992, los estudios Disney lanzaron la película “Alive”
(Viven) relatando la historia del accidente y los sobrevivientes al estilo
de Hollywood.
Algunas de las espectaculares escenas del 571 en vuelo
fueron filmadas al norte de Seattle, con el fondo espectacular de las
nevadas montanas Rocky canadienses (los costos de producción son menores
en Canadá) De esta forma se revelaba el motivo de la presencia de esta
máquina en Boeing Field.
Le expliqué a mi nuevo compañero que era uruguayo y lo que esa aeronave
significaba en mi país, mi fuerza aérea y hacia mí. Mis palabras
probablemente le entraron por un oído y salieron por el otro, ya que el
gringo no podría apreciar mis emociones y el hecho que la aeronave que lo
enfrentaba no era una colección de aleación de aluminio, cromato de zinc,
cables, grasa, combustible y goma. No señor. Ese trozo de metal volante
representaba un tipo de máquina del tiempo, que me mostraría el noticiero
en la TV en negro y blanco, en aquel distante octubre de 1972, cuando a
casi 3 millones de uruguayos se nos informó que uno de nuestros aviones
estaba desaparecido en una tierra lejana y hostil de nuestro continente,
hasta ese momento nuestro peor desastre aeronáutico. Ese conjunto de metal
llevaba consigo orientales de alto calibre, civiles y militares. Estos
últimos serían colegas en espíritu, tiempos mas tarde cuando me uniría a
sus filas en la Fuerza Aérea. Aun recuerdo la foto en negro y blanco del
mecánico de vuelo del 571 -su nombre perdido en mis memorias- colocada
sobre un arco, al ingresar al alojamiento del personal técnico del
entonces Grupo 4. Los jóvenes pasajeros sobrevivientes se tornarían un
faro de esperanza para mi generación y las que vendrían, demostrando donde
podemos llegar con persistencia, determinación, y nuestras mentes
concentradas en una meta común, aun cuando todo parezca desmoronarse
alrededor.
Pero como parte positiva, ese trozo de metal fue el pilar de mis sueños de
volar, dando ignición al deseo de estar rodeado por la aviación. Luego de
mi primer vuelo casi diariamente soñaba con volar y con las experiencias
sentidas. También fue el responsable de mi retorno al Uruguay desde
Brasil, contra los deseos de mi padre, y de que luego ya en el año 1978
ingresara como aspirante de la Escuela Técnica de Aeronáutica (ETA)
egresando de la misma como mecánico de motores a reacción.
Los sentimientos puestos en marcha por el Fairchild FH 227 en mi
impresionable juventud, generaron inercia suficientemente poderosa que me
tomaría de la mano y daría fuerzas para enfrentar las arduas tareas
académicas y físicas demandadas por la vida militar, las largas, frías y
hambrientas noches de guardia, la pérdida de mi tonta risa de adolescente
– por momentos problemática, al no adaptarse al serio ambiente castrense -
el precioso tiempo alejado de la novia y seres queridos (los mas amados en
el exterior).
De manos dadas al esfuerzo va el sentimiento del deber cumplido, de
espíritu de cuerpo, del camarada que asistimos, de la tarea difícil
realizada, de las noche en velo trabajando, y al alba el avión a uno
encomendado en orden de vuelo pronto para que nuestros pilotos los volaran
de manera segura, acciones que me hacían “sacar pecho” y me devolvieron la
sonrisa, esta vez mas madura.
En fin ese trozo de metal fue el comienzo del final de mi niñez y mi
transformación de niño a hombre.

Pero lo más importante es que el avión del Sr. Fairchild me orientó hacia
donde estoy en la actualidad. Treinta años después de ese primer contacto
con la magia del vuelo, muchos trabajos mas tarde (no todos en el ámbito
aeronáutico) lágrimas, sonrisas, largas horas de estudio, esfuerzo, horas
de vuelo, el FH 227 sin saberlo, me situó mas cerca del rostro de Icaro y
me ha cedido cientos o miles de memorias maravillosas, y al fin y al cabo
nuestras memorias son lo único que nos llevamos al siguiente nivel. Nivel
en sí, que esperemos no sea terráqueo, pero sí del éter.
Pidamos por 30 años más de felices memorias de vuelo...
Ahh! Y no más fantasmas...
Ernesto Blanco Calcagno
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