Prólogo

A través de Jorge Curbelo, un uruguayo radicado en Chile que es uno de esos tantos y bienvenidos amigos que me ayudado a adquirir la benemérita Internet, me llegó el informe de la investigación del accidente en agosto de 2005 de un Boeing 737-300 de Helios Airways, una pequeña aerolínea chipriota.

El avión del vuelo Helios 522 no presurizó en su ascenso desde Larnaca rumbo a Atenas, y a los 10.000 pies de altitud de cabina, se activó la alarma sonora que indica una falla de presurización. Los pilotos interpretaron erróneamente esa advertencia, que es la misma que corresponde a un ajuste incorrecto de flaps para el decolaje. Entendiendo que la alarma era falsa, la tripulación pidió consejo a Mantenimiento sobre cómo eliminarla, recibiendo instrucciones de desactivarla quitando el circuit breaker correspondiente.

El piloto se levantó de su asiento para efectuar esa operación y jamás volvió a ocuparlo. A los 14.000 pies, máxima altitud para respiración sin suplemento de oxígeno, se descolgaron las máscaras en el compartimiento de pasajeros. La grabación del audio de la cabina de vuelo en esos momentos, revela confusión y desorientación de la tripulación, que para colmo, estaba formada por un comandante alemán y un copiloto chipriota, ambos con un dominio del inglés aceptable para comunicarse entre sí en circunstancias normales, pero no como para mantener una discusión durante una emergencia.

El 737 continuó volando con el piloto automático conectado hasta la vertical de Atenas, donde de acuerdo a como estaba programado, entró en un padrón de espera a nivel 340, sin contestar nunca los llamados de los controladores de vuelo.

Dos F-16 de la Fuerza Aérea griega interceptaron el avión, acercándose lo suficiente para ver el asiento del comandante sin su ocupante, y al copiloto caído sobre los comandos de vuelo. Minutos antes de que se apagaran los motores del 737 por falta de combustible y comenzara la caída final, los pilotos de los cazas pudieron ver personas a través de las ventanas laterales de la cabina, aparentemente intentando tomar los controles del avión.

El vuelo 522 de Helios Airways se estrelló contra una montaña al norte de Marathon, matando sus 115 pasajeros y sus 6 tripulantes. Los investigadores identificaron, en la sangre encontrada en la columna de mando del comandante, el ADN de uno de los asistentes de cabina, que poseía una licencia de vuelo como piloto privado.

Entre los restos calcinados se encontró la palanca de control de presurización, que estaba en “Manual” y no en “Automático” como debe estar para que el sistema opere normalmente. Aparentemente había quedado así luego de las operaciones de mantenimiento realizadas la noche anterior, y la tripulación no advirtió esa circunstancia en los controles previos al vuelo, y tampoco lo corrigió durante el mismo.

La investigación determinó como la principal causa del accidente el posicionamiento incorrecto de la palanca que regula el funcionamiento del sistema de presurización, que al permanecer en “Manual”, no permitió que la cabina presurizara correctamente, lo que provocó hipoxia en los tripulantes, que en principio perdieron su habilidad cognitiva quedando incapacitados para resolver problemas, para luego fallecer. Seguramente fueron concurrentes otros factores operacionales como fallas en el entrenamiento de los pilotos y mala conformación de la tripulación, además de las de mantenimiento.

Por razones personales el tema de esta causa principal del accidente me interesaba, así que investigué, Wikipedia mediante, otros accidentes que hubieran sido causados por la misma razón: hipoxia en los pilotos de las aeronaves.

No son muchos los accidentes en esta categoría, y todos por supuesto tienen las mismas características objetivas: un avión con el que se pierde contacto radial, y que continúa volando a gran altitud hasta que se le termina el combustible y cae sin control.

En todos estos casos las investigaciones apuntan a la causa técnica de la no presurización de las aeronaves involucradas, y a repasar el conocido efecto en los seres humanos de la falta de oxígeno: pérdida gradual de la capacidad de pensar con lógica y actuar coordinadamente, hasta caer en la inconsciencia, para luego perecer, insistiendo en que no se advierte el peligro de la situación hasta que es demasiado tarde.

Y sin embargo...


 

Algún día del año 1971.

 

Temprano en la mañana, un C-47 de la Fuerza Aérea Uruguaya despega de Carrasco rumbo hacia El Palomar, base de la Fuerza Aérea Argentina en Buenos Aires.

Tras el aterrizaje y el carreteo al estacionamiento, del C-47 desciende un grupo de jóvenes pilotos del Grupo de Aviación No.2 Caza, a quienes un autobús transporta rápidamente hasta un edificio dentro del cual, en el medio de un gran espacio, les espera una extraña estructura de metal con forma de cilindro, en la que son introducidos, cerrándose tras ellos una pesada puerta hermética. Es la Cámara Hiperbárica de la Fuerza Aérea Argentina, también llamada cámara de altitud, donde serán sometidos a pruebas que les ayudarán a reconocer los síntomas que provoca específicamente en cada uno de ellos la falta de oxígeno en su torrente sanguíneo y en su cerebro.

Los pilotos son provistos de máscaras similares a las de vuelo, con reguladores a través de los cuales fluye la mezcla del aire ambiente y del oxígeno proveniente de los botellones en los que se almacena.

Los reguladores, al igual que en los aviones de combate, tienen un selector con dos posiciones: una “Normal”, que asegura que la mezcla de aire y oxígeno se ajusta automáticamente de acuerdo a la altitud de vuelo o presión atmosférica, y otra “Full”, que permite que el fluido que aspira el piloto sea oxígeno al 100%.

Se siente el tenue silbido del aire que comienza a ser extraído de la cámara, y los altímetros sobre las paredes metálicas comienzan a registrar el descenso de la presión de la atmósfera del recinto hermético, indicándolo como una “ganancia de altura”, al igual que ocurre en un vuelo normal.

Durante el “ascenso” la “tripulación” de la cámara de altitud, entre los cuales hay un médico, instruye a los pilotos sobre cómo se desarrollará la prueba.

Uno a uno, se les sentará frente a una hoja de papel y se les dará un lápiz, con el que deberán escribir los números del 100 hacia abajo, en filas ordenadas, al tiempo que contestan diversas preguntas del instructor. En algún momento, sin que el examinado lo advierta, se cortará el suministro de oxígeno, y la mezcla regulada que estaba respirando hasta ese momento ahora estará compuesta exclusivamente del aire ambiente típico de los 30.000 pies a que se nivelará la “altitud” del interior de la cámara.

Completado el “ascenso a nivel 300”, el primer piloto se sienta y comienza, con mucha seguridad, a escribir, pulcra, ordenada y rápidamente, la serie numérica:

 

El instructor le pregunta como se siente y el piloto, con el dejo arrogante de los cazadores, responde:

-muy bien, muy bien - al tiempo que continúa con la serie de números:

La intrínseca naturaleza competiva del piloto de caza ya le hizo percibir la prueba como una competencia más, en la que ganará aquel que sea capaz de escribir la serie más larga de números escritos correctamente. Para su interior se dice: -yo voy a ser el que aguante más...

Una seña, imperceptible para el piloto, le indica al operador del sistema cortar el oxígeno, mientras el instructor continúa con sus preguntas y el examinado sigue escribiendo sus números.

El piloto respira ahora la mezcla de aire existente a 30.000 pies, que prácticamente no contiene oxígeno. Sin embargo no nota la diferencia. El piloto sigue respirando normalmente sin sentir ninguna sensación de ahogo o asfixia, y continúa empeñado en escribir correctamente sus números. Pero la sangre que le está llegando ahora al cerebro ya no alimenta del vital oxígeno sus circuitos neuronales, que uno a uno comienzan a fallar.

-¿Todo bien? - pregunta el instructor.

Y el piloto con absoluta seguridad responde.

-Sí, sí, ningún problema.

Y sigue escribiendo:

-¡¡ Perdón !!  ¡¡ Perdón !!  ¡¡ Me equivoqué !!  - exclama sorprendido.

Y tacha su error y continúa:

Las preguntas del instructor ahora se disparan rápidamente:

-¿Siente calor en el pecho, la garganta o los brazos? ¿Dolor en la nuca o en los ojos?

-¿Sigue viendo bien? ¿Ve las cosas con un tono rojizo? ¿Cómo se siente?

Y anota las respuestas del piloto:

-Me siento perfecto. Quizás algo de molestia en los brazos, y en los ojos...

mientras sigue su serie numérica en la que descubre algunos errores, que ahora ya no le molesta cometer, sino que hasta le parecen graciosos. Se siente feliz a medida que la hipoxia lo atrapa, aunque todavía se empeña en mantener las filas de números bien alineadas, y cuando el instructor le exige que lo haga correctamente, se ríe y le dice que así están bien...

Los demás pilotos disfrutan la escena al máximo, riéndose a carcajadas de su camarada, que ahora apenas alcanza a sostener el lápiz al garabatear números que ya no tienen sentido, mientras sonríe estúpidamente intentando hilvanar respuestas a las preguntas que continúan haciéndole.

El instructor ordena que se reconecte el oxígeno, y pasa a la posición “Full” el selector del regulador del piloto, que se recupera rápidamente y como si saliera de un sueño, observa incrédulo el desastre de números que es el papel que tiene delante.

-¿Eso lo hice yo? - con voz en la que ahora predomina la humildad...

La escena se repite con todos los pilotos, e incluso alguno llega a quedar inconsciente, siendo asistido mediante oxígeno al 100% y algún que otro cachetazo.

Al terminar, cada uno recibe la información sobre los síntomas individuales que describieron durante la prueba, lo que les advertirá que están entrando en hipoxia, si ello ocurre en algún momento. Esos síntomas no son iguales para todos, sino que responden a las características corporales particulares de cada uno de ellos.


Es noche, y sobre el Río de la Plata vuela el C-47, llevando de regreso a su base en Carrasco a los pilotos del Grupo 2.

Uno de los más jóvenes, que recapacitaba sobre lo ocurrido ese día, le pregunta a uno de los veteranos:

-Mi Capitán, ¿ha habido alguna vez algún caso de hipoxia en vuelo en el Grupo?

-Nunca, fue la respuesta.


Tres años más tarde, recién acaba de caer la noche sobre Carrasco, cuando en la planchada del Grupo 2 dos pilotos completan la inspección prevuelo de los T-33 en que cumplirán una misión de entrenamiento en formación con ruta “secreta”. En un bolsillo de su traje de vuelo cada uno lleva un sobre cerrado, que deberán abrir luego del decolaje, para saber cual es el objetivo de su misión, para recién entonces, a la luz de las linternas y en la estrechez de la cabina del jet, poder establecer rumbos y tiempos de la navegación ida y vuelta.

No hay problemas meteorológicos, y tras el decolaje en formación se disfruta del ascenso en la atmósfera quieta de la noche, mientras que por el oeste aun se aprecia el resplandor del sol sumergido bajo el negro horizonte.

La misión “secreta” no es difícil, y los pilotos plotean rápidamente la ruta en sus cartas de navegación. Se seleccionan las radioayudas correspondientes, se fija el rumbo, y ahora queda tiempo para disfrutar del vuelo en una noche muy iluminada por una buena luna, lo que permite a Pilotoviejo, que tripula el avión número 2 de la formación, visualizar perfectamente el T-33 del guía, el “Pájaro” José Berastegui.

El horizonte se perfila sin problemas, marcando claramente los limites entre el cielo alfombrado de incontables cuerpos celestes y la superficie negra del planeta, donde se vislumbran tenues a la luz de las estrellas los miles de cursos de agua del territorio uruguayo, serpientes de plata que saltan inquietas cuando el reflejo de la luna cae justo sobre ellas.

No es necesario entonces mantener esa brutal tensión del vuelo nocturno en formación en noches cerradas, cuando no hay ni arriba ni abajo, y lo único que se divisa del otro avión son las luces de posición de ala y cola, debiéndose adivinar el resto, que se oculta en una oscuridad tan negra que sofoca. En esas circunstancias es frecuente que los músculos del cuello se agarroten por la rigidez de la posición mantenida por largo tiempo, ya que es imposible relajarse y apartar los ojos del avión guía ni siquiera por una fracción de segundo.

Esa noche es una noche como pocas para disfrutar del vuelo, mientras los aviones ganan altura rumbo a su destino.

Sin embargo, Pilotoviejo no está distendido. Aun siendo una noche muy clara, lo que le permite mantenerse a una distancia cómoda volando a la derecha del avión guía, el piloto siente una tensión molesta en su cuello, tensión que parece que va en aumento.

Para aliviarla, le solicita al líder de la formación para cambiar de posición, pasando a volar en ala a la izquierda del avión guía, lo que es autorizado.

Pilotoviejo lleva suavemente atrás la palanca del acelerador, disminuyendo las revoluciones de la turbina, para retroceder unos metros, para luego descender ligeramente e iniciar el balanceo que trasladará al T-33 por detrás y por debajo del guía a su nueva posición. Mientras se desplaza de un lugar a otro, el piloto aprovecha para mover repetidamente la cabeza a ambos lados, para intentar liberar al cuello de la rigidez que lo atenaza.

Pero al completar el cambio de posición su cuello no ha mejorado, y continúa la sensación de tensión. La luz roja de posición en el tanque de punta del ala izquierda del guía no aparece tan nítida como debiera verse, y Pilotoviejo comienza a sentir que su visión períférica disminuye y que en sus ojos se instala un halo rojizo que lo rodea todo.

En ese momento comienza a sentir calor en su pecho y en su garganta, y entonces instantáneamente recuerda su experiencia en la cámara hiperbárica, y al instructor repitiéndole los síntomas que sentiría en caso de sufrir de hipoxia: calor en pecho y garganta y estrechamiento de la visión periférica. Una ojeada al altímetro completa el cuadro: 16.000 pies.

La reacción es inmediata: un manotazo al regulador de oxígeno para ponerlo en “Full”, y el abandono de la formación y el comienzo de un rápido descenso mientras se comunica la emergencia al guía, que también invierte su rumbo para acompañar a Pilotoviejo.

Afortunadamente, al poner el selector en la posición “Full”, Pilotoviejo inmediatamente comenzó a recibir un flujo al 100% del vital elemento, con lo que rápidamente se despejó, volviendo a la normalidad.

La sección de aviones, ahora encabezada por Pilotoviejo, regresó al Aeropuerto de Carrasco.

Luego de permanecer volando sobre Montevideo durante 15 minutos, para asegurar el restablecimiento completo de las capacidades neuromotoras volando cómodos sobre la ciudad iluminada, la sección aterrizó sin más problemas.

Al día siguiente, personal de Mantenimiento comprobó el mal funcionamiento del regulador en su modo Normal, lo que impedía el aporte de oxígeno a la mezcla que respira el piloto, causando la hipoxia que, de no haber sido detectada precozmente por la exacta descripción de los síntomas surgidos de las pruebas en la cámara de altitud, hubiera llevado a Pilotoviejo a la muerte.

 



Recién hoy, tras leer sobre todas estas tripulaciones y tantos pasajeros que perdieron la vida en accidentes causados por hipoxia, Pilotoviejo se da cuenta que jamás escribió una nota de reconocimiento a los instructores de la Cámara Hiperbárica de la Fuerza Aérea Argentina, que con sus capacidades y experiencia, esa noche le salvaron la vida.

Ruego que alguien les haga llegar ahora este tardío agradecimiento.

Si los pilotos del vuelo 522 de Helios Airways hubieran tenido el mismo tipo de entrenamiento, la historia muy probablemente hubiera sido otra.

Pilotoviejo

 


Fuentes:

  J. R. R. Tolkien:   Update on Helios B737 Crash "Not all those who wander are lost." (vía Jorge Curbelo)
  Wikipedia:   http://en.wikipedia.org/wiki/Helios_Airways_Flight_522
  Wikipedia:   http://en.wikipedia.org/wiki/1999_South_Dakota_Learjet_crash
  Aviation Safety Network:   http://aviation-safety.net/database/record.php?id=20050814-0

 


publicado en Memorias del Tiempo de Vuelo www.pilotoviejo.com, en setiembre de 2007