Hay ganadas y hay perdidas.

Las “perdidas”, también se deben contar

 

¿DÓNDE ESTAMOS...?

Ya lo dijo Richard Bach, más o menos así:

“Un avión es una cantidad de trozos de metal de distintas formas y tamaños, pedazos de tela, tornillos, motor de metal, chapas de aluminio, instrumentos que responden fríamente a su diseño, cables, bulones y todo un conjunto ensamblado y alineado para que pueda –en determinadas condiciones- elevarse del suelo y desplazarse por el aire bajo el control de un piloto.” 

Y también más o menos así, agregó en alguna parte que

“el piloto es un ser humano. Pero el avión, nunca.”

Terminantemente NO.

Y por lo tanto, es una cosa que vuela pero no piensa; una máquina pergeñada por el hombre...no puede tener sentimientos, no tiene alma. ES  UNA COSA.

Claro y concreto:¡NO TIENE ALMA!...

...¿No tiene alma...?

Con mi mayor cariño y mejor respeto hacia el admirable piloto-escritor, al igual que Richard yo cuento una anécdota que en su momento me hizo dudar.

Atención!!...  Es cierto que no tienen alma. -Solo refiero lo siguiente que fue real, a los efectos de señalar un error o varios que bien  pudieron tener consecuencias dramáticas y que un piloto no debería cometer si quiere algún día conversar con sus nietos.

Nada más que por eso. Me precio de ser un tipo centrado y lógico.

Yo no puedo creer que esa cosa que llaman avión, pueda tener alma.  Pero...

¿NO TIENE...?

 

 Fue en una tarde de un entrante otoño.

Quizás a mediados de abril, de uno de aquellos años...

Como director-ejecutivo e instructor de una organización de televisión, se decidió que impartiría lo que era como ahora se dice un curso-taller, en la ciudad capital de Treinta y Tres, lugar donde uno de nuestros asociados –el entonces Canal Once- daba los primeros pasos de su vida en transmisión abierta.

Hacía pocos días yo había regresado de mi primer vuelo-ferry desde la Cessna en Wichita, estado de Kansas, hasta las costas de nuestro querido  río Uruguay.

Obviamente, con esa formidable experiencia, me consideraba una especie de pilotazo supernavegante, vencedor de montañas y tempestades, vientos encontrados y visibilidades cero.

¿Quién iba a poder conmigo?

Fue así que decidí viajar a la capital olimareña en el amigo Chipmunk, en compañía de mi segundo en la empresa, cariñosamente apodado “El Cuca”.

-“La cosa es un boleto –le dije; Vamos a Mercedes, completamos nafta y desde allí, 90 grados y 5.000 pies sin movernos hasta Treinta y tres... A la izquierda tenemos el río Negro casi todo el camino... Bien fácil... ¿Vamos?”

A él, le gustaba volar (años después se hizo piloto) y no dudó un instante: “Vamos”, dijo.

Sobre las dos y media de la tarde, me enfundé en el flamante mono de vuelo adquirido en Wichita (prenda oficial de la USAF por cierto) y ajusté en mi muñeca izquierda el también flamante cronómetro Tissot que había comprado a los árabes de Panamá en ese mismo viaje.

Evidentemente, mi amigo el Chipmunk tenía ganas de volar. 

El caprichoso Gipsy Major arrancó rápidamente y en pocos minutos estuvimos en Mercedes.

Completado el combustible y luego de alguna charla con mis amigos del aeroclub local, algo así como esos coloquios entre pescadores en los que cada uno pretende haber sacado el pez más grande, montamos de nuevo en el plateado avión, contando con “asistencia de tierra” para el arranque. -Algo propio de mi alta dignidad de consumado aviador...

Decolaje standard, viraje para la vertical de referencia del aeródromo y curso de ruta hacia mi destino, trepando para 5000 pies ya en rumbo.

Sobre la vertical, aprieto el “poussoir” del flamante Tissot y el cronómetro fantástico inició su marcha registrando el tiempo de vuelo (elapsed time, Juan Julio!).

Vistazo conforme a la brújula ubicada un poco más alto que el piso, entre mis pies. (En verdad un lugar oscuro y difícil de ver, especial para complicarle la vida a uno que, indefectiblemente, debe apartar la vista del exterior y acostumbrar el ojo a esa oscuridad.  ...Ese hermoso instrumento de imponente apariencia que semejaba un “gyro” remoto, merecía más respeto pero...  ¿Para qué hacerla fácil si la podemos complicar?).

Luego, ajuste del giróscopo direccional y “a volar joven”. Fue en ese momento que el Cuca me grita desde atrás, “¿Tiene la carta allí?...  Démela que voy a navegar yo!...”

Como la cosa era “un boleto”, no tuve inconvenientes; le pasé el mapa de la ESSO (la “carta”) y me dediqué a mantener rumbo y nivel, disfrutando el panorama de nuestro terruño.

 

EL CIELO DE LOS SUEÑOS
 
En esa especie de tranquila paz del vuelo sin novedades, entre  nubes dispersas en azules de fantasía, la mente vuela en otra dimensión.
 
Las ilusiones de una vida celeste adquieren forma de realidades inmateriales que nos son íntimas; absolutamente personales.
 
La cabina en tandem y sin intercomunicador, propicia el ensueño y aviva la imaginación del mundo individual que el piloto de un caza tenía en otros tiempos.
 
El diálogo es con el avión amigo que, de vez en cuando, responde con una breve sacudida o un ligero cambio en el sonido de su motor.
 
El tiempo, se toma su tiempo en pasar...
 
En ese transcurrir, el cielo se fue poblando de múltiples fracto-estratos, puñados de algodón inofensivos que, sin embargo, proyectan su sombra en el terreno para conformar una suerte de damero en claros y oscuros que en cierta forma esconden detalles y referencias del suelo. Arroyos, caminos, pequeños pueblos o vías férreas, dejan de existir en trechos. Parecen no estar donde debían estar.

Enésima mirada al girocompás y la brújula, pasando por el velocímetro que permanecía clavado en 105 nudos,  un control del tiempo y de pronto,

 

SOBRESALTO.

Las seis menos diez pasadas!...

No puede ser... Una hora y 50 desde el punto inicial y yo calculé como máximo poco más de una hora y media a Treinta y Tres!...

Clavo los ojos en la esfera del Tissot y las manecillas me indican que efectivamente van otros 20 minutos desde la marca de los treinta.-(Aclaración: ese cronómetro marcaba segundos en el segundero central y de cero a treinta minutos en la pequeña esfera interior. La otra esferita, marcaba la marcha normal del reloj en segundos)

Miro para todos lados girando la cabeza como una lechuza y no distingo ninguna referencia.

Ni pueblos, ni arroyos, ni caminos. ¡Nada!...

Yo estaba absolutamente seguro que no me había desviado ni medio segundo de mi rumbo marcado en el compás. Por otra parte, era fácil comprobar que el viento era nulo.

Una duda cruel me aqueja: ¿Habré pasado por arriba y no lo vi?

Vuelvo la cabeza hacia atrás y le grito a mi compañero. ¡Cheee...!  ¿Dónde estamos?...

Sólo escucho el ruido del motor. Mi navegante, estaba en otro mundo.

¡¡Cheee...Cucaaa!! ¿Dónde estaaamooos?...

Entonces, adivino que me mira y me responde: “Yo que sé... Hace rato que me dormí...”

Una violenta patada en el corazón lo hace latir  a plenas revoluciones.

Vuelvo a mirar para todos lados y me parece ver hacia donde apunta el morro el brillo de techumbres a unos 15 kilómetros, entre el claroscuro de las nubes. -Mirá allá adelante –le digo a mi compañero; ¿No ves unos techos a lo lejos?

“Yo no veo nada” me responde.

¡Diálogo terminado!

-Tengo que adoptar una rápida decisión –pienso- Si me pasé, ya estoy en territorio brasilero y con este avión que de cualquier manera es militar. ...Veo unas rejas y una tarima de calabozo.

Decisión: Maniobra clásica del manual. Giro de 180º y p’atrás hasta que reconozca algo.

“Los brazucas no me van a agarrar vivo”.

Vuelo unos cinco minutos en rumbo inverso y no hay caso: No reconozco nada.

Por el contrario, me parece volar por encima de montañas y no de serranías.

El sol comienza a bajar y la tierra se oscurece. (El Chipmunk  no tenía la batería y por tal motivo ninguna luz que funcionara. Afortunadamente los instrumentos eran fosforescentes)

“Pilotito, andá buscando un lugar para bajar... Y que sea pronto”.

Diciendo y haciendo.

Comienzo a descender en espiral mirando si se ve algún lugar apto para aterrizar, en un terreno que no parece muy amigable.

Pronto el altímetro marca 1.300 pies y por suerte las montañas son nada más que sierras, obviamente.

Laderas de las lomas aradas, un camino vecinal lleno de huellas, cañadas que se entrelazan en las hondonadas.

Un ranchito acá y otro más allá...

Pero, ¿qué es eso?

Entre dos parcelas aradas veo una recta bien definida de terreno verde, casi bajo mi ala izquierda. Inclino el plano pisando el pedal contrario y, efectivamente, parece como una pequeña pista.

¡Ese lugar y se acabó!

Completo en descenso un giro abierto y dejando de lado todos los instrumentos, vuelo a instinto, mirando atentamente el suelo. Paso  a un lado de la supuesta pista a menos de 70 nudos y no sólo me parece chica sino que en la cabecera hay un alambrado de 7 hilos y al final, un arado de rejas cierra totalmente toda posibilidad de seguir más allá. Por lo demás, el piso era bien liso y de apariencia consistente.

Motor, viraje rápido de 360 grados y más para convencerme yo mismo que para advertirle a mi compañero, le digo:

“No te asustes, voy a hacer un pasaje de prueba y después aterrizo.”    -Esa natural inconsciencia del lego, ni siquiera lo dejó preocuparse por el asunto.  

 “Bárbaro”, me dijo. 

–Para él, todo estaba bien.

Para mí, la procesión iba por dentro...

Hago la segunda pasada a unos 20 metros de altura y voy  planeando lo que pienso voy a hacer.

“Esto tiene  unos cien metros, no más”.        

El sol ya comenzaba a ocultarse, un poco demasiado rápido para mi gusto.

“Alea jacta est”: voy a remontar la loma hasta  el alambrado... y cuando toque el alambre con las ruedas,   allí lo aplasto contra el piso y chau.

SI... Lo pensé yo solito y lo decidí de la manera más natural, instintiva e inconsciente total!!...

Para darme valor seguramente, se lo dije a mi compañero.

–Le pareció perfecto al inconsciente.

¡Allá vamos Chipi!

Bajo hacia el cañadón que bordeaba la loma sin perder de vista al alambrado y, allá arriba recortado en el contraluz del ocaso, las rejas del arado como “ayuda” de navegación.

Le hablo a mi avión: “Bueno Chipito, esta que te pido es brava, pero me lo tenés que hacer porque ahora no hay otra... Yo te quiero mucho.”

- Una breve sacudida fue la respuesta.

Nos deslizamos en la hondonada y alcanzo a ver el brillo fugaz de algunos manantiales tan comunes de las serranías y, en otras circunstancias tan hermosos.

Viro a 60 nudos comenzando el repecho  de “final”. Todos los flaps abajo.

Como una red de tenis, surge a mi frente sobre la cima de la loma, el entramado del alambrado.

Subo hacia él.

52 nudos, bajando... 47 nudos... lo mantengo colgado con golpecitos de motor.

Las yemas de los dedos de mi mano derecha son cinco formidables sensores que me transmiten la más mínima vibración del bastón de mando, la más pequeña variación de las presiones.

Las puntas de  ambos pies, parecen estar solidariamente unidas al timón de dirección y también vibran con él, hiper- sensibles a cualquier cambio de presión.

La inigualable computadora del cerebro, coordina y procesa al máximo de su capacidad de millones de mega-hertz. No hay quien la iguale en ese momento.

¡Ahí viene el alambrado!!... 

Un poco más abajo... un poquito más...  ya estáaa...

Las ruedas rozan el alambre que vibra. Lo siento en mis entrañas.

Corte motor, todo atrás... abajo, ¡ya!...

Más que fiel, el Chipmunk obedece y se aplasta contra el suelo con un quejido desde un metro de altura. Acciono rabiosamente la palanca del freno, el bastón de mando apretado contra el estómago.

El pobre avión se empina en sus patas delanteras, como queriendo capotar... Duda un momento...

“¡No me hagas eso Chipi...!”  -le ruego.

Entonces, vuelve a sentarse en la rueda de cola.

Se desliza unos metros más y se para.

¡Se para todo... hasta el motor!

Me quedo un momento inmóvil en la cabina.

Luego, desprendo el cinturón y me bajo sobre unas piernas no muy seguras.

El Cuca, está lo más campante. –No sabe el peligro que corrió.

Miro la “pista” en que bajé.

El arado estaba a unos 35 metros allá adelante.

El avión quedó a unos 50 metros del alambrado de la cabecera. ¡Intacto!

Mi pista, apenas llegaba a los 85 ó 90 metros de largo.

Miro a mi avión: La hélice brillante apuntando a la hora una, acompaña el gesto orgulloso de la trompa compadrona y la única luz de su pata izquierda, parece guiñarme el ojo burlona como diciendo ¿Viste?...¡Lo hicimos!... Sin embargo, el sonido chispeante del metal al enfriarse, fue una especie de rezongo:  “¡No me metas más en estos líos ¿taaa?”

Claro: La amistad tiene un límite ¿no?

Por el camino vecinal llega un hombre a caballo y nos grita: “¿Le pasó algo al avión muchachos?”

Con un enorme baño de honestidad y sin recato alguno, le respondo: “No... al avión no... Al piloto fue.” Agregando ya en el colmo de la incertidumbre: “Dígame... ¿Treinta y Tres queda para allá no?” y señalo casi desafiante hacia el Este.

“Si... -me responde- yo los vi que iban alto derechito para allá y de repente agarraron p’atrás y se vinieron para abajo dando vueltas... Creí que se les había descompuesto el avión”.

-No Don... Me perdí como un principiante... ¡Bien recontra perdido!

En eso, el clásico ruido de un motor de Ford-A se aproxima por el campo y a poco la también clásica figura con capota apareció tras el recodo de la loma.

“Ese hombre es don Cuadrado, el dueño del campo”,  nos informa el jinete.

El Ford-A se detiene junto a la reja del arado atravesada y el hombre baja para dirigirse hacia nosotros.

Luego del saludo, le explicamos nuestro triste  caso y, dado que ya se hace la noche, le pedimos permiso para quedarnos allí hasta el amanecer, en que seguiremos para Treinta y Tres (si el Chipmunk quiere).

Estoicos como ninguno, estábamos dispuestos a pasar la noche bajo el ala.

Con esa proverbial generosidad de nuestra gente, no sólo accede a nuestro pedido sino que  insiste en que si puedo seguirlo con el avión, podemos dejarlo cerca de “las casas” bien cuidado de los animales y nosotros dormir en su casa: ...“P’a qué se van a agarrar todo el rocío y pasar frío si yo tengo techo y comida de sobra para todos.”

“Bueno, si arranca, lo seguimos. ¿Es muy lejos?”

-“No... un tirito no más. Préndanlo y me siguen que yo prendo las luces del Ford”

Entre todos, corrimos el arado.

Para mi sorpresa, el motor arrancó al primer tirón de mano –El Chipi quería ir a descansar también, era evidentemente.

Comenzamos el recorrido a campo traviesa.

Un recorrido que jamás podremos olvidar.

Golpe de freno a derecha, golpe a la izquierda, la trompa que no me deja ver nada, golpe de acelerador en el arenal, desesperación por seguir las huellas en el terreno, el agua y las piedras de la cañada... Por fortuna la hélice queda alta del suelo...

La noche cayó por completo.

Allá, como a 100 metros de distancia, yo distinguía apenas la luz roja trasera del Ford-A.

Veinticinco minutos después, el auto atraviesa una portera y se detiene junto a un gran galpón.

Detengo el avión en la portera y veo al buen hombre que me hace gestos desesperados para que siga y poder así guardar el avión en el galpón.

Como un verdadero desagradecido, rabioso por ese recorrido infernal a través del campo después de haber cruzado DOS CAÑADAS llenas de agua con el avión, le señalo las alas y le hago un gesto indecente con la mano y el codo opuesto.  ¡No podemos cortar las alas, las preciso para mañana!...

El hombre comprende enseguida, no faltaba más.

“Bueno, entonces átenlo por las dudas y mientras yo cierro las cimbras y arreo el ganado para que no entre a este potrero... Enseguida vuelvo.”

La bonhomía de nuestro nuevo amigo, fue el mejor ejemplo para recordar cómo debía comportarme.

Unas lonas cubrieron la carlinga y el capot del motor, previniendo dificultades con alguna helada.

Hierros clavados en el suelo y cuerdas aseguradas en las anillas de fijación firmemente y le digo al Cuca:

“Andá marchando con el hombre que yo reviso algunas cositas y voy con ustedes”.

A solas con el Chipmunk ya bien abrigadito con las lonas, pasé mi mano por la brillante nariz y el frío de su filosa hélice.

Yo sabía que me iba a entender.

“Chipi viejo –le dije- te portaste como un verdadero amigo... Disculpame viejo... Que descanses bien y gracias, amigo mío.” 

En respuesta, el ruido del metal al enfriarse, se fue apagando como en un sueño de modestia.

...Esa noche en “las casas” de Don Cuadrado en medio de las sierras, el asado con cuero frío, la “Brasilera” envuelta en lona, el análisis con la almohada queriendo saber por qué me perdí, la madrugada del avión con escarcha, el decolaje en semicírculo, las balizas hechas con bosta, el saludo aéreo a la familia con la peonada y el “aterrizaje-carroussell” en la pista olimareña, son recuerdos para otro relato que vendrá.-

            ...Qué cosa ¿no?... El “Richard” tiene razón...

Un avión es un montón de pedazos de metal, tela, gomas, cables, alambres y...

Un avión, no tiene sentimientos, no puede tener alma...

 ¿NO TIENE...?

 

Pedro S. Boggiani


Esta historia se publicó por primera vez en la edición 2003 de la Revista ALAS de la Escuela Militar de Aeronáutica.