EL VUELO DEL CAPITAN

Una tarde, en una de esas poblaciones del Interior del País, lo conocí por una circunstancia del azar.

Mi trabajo profesional me había llevado a esa ciudad en explosivo crecimiento, a orillas del río de la Plata y allí debería permanecer una o dos semanas.

Era verano.

Desde hacía dos días, al terminar la jornada volvía al pequeño y coqueto hotel, preparaba el mate y me instalaba en el balcón-terraza haraganeando, para contemplar el ocaso que teñía de oro puro la superficie del anchuroso “Mar Dulce”.

-Y en cada ocasión, de pronto surgía de mi izquierda el sonido primero y luego el biplano en ascenso que pasaba ante mí, como en un saludo de bienvenida, para desaparecer tras la barranca en un viraje a la derecha...

Obviamente, al tercer atardecer, mate en ristre ubiqué el campo de aterrizaje y el infaltable “aeroclub” de aquellos tiempos de vacas gordas...

Recibimiento y fluido diálogo entre “hermanos”.

Anécdotas, preguntas, experiencias. –Hasta que la oscuridad sólo nos permitía escuchar.

Y en ese grupo, estaba él...

“El Capitán” lo llamaban.

Nunca supe por qué.

Un muchacho ya camino a la madurez física; una madurez que no se acompañaba por la madurez mental, a ojos vista.

Sin embargo, el muchacho estaba dotado de una extraordinaria memoria para todo aquello que se refiriera a los aviones.

Marcas, modelos, motores, rendimientos, teoría de la operación y limitaciones de cada avión del que se hablaba. Algo casi sobrenatural.

Por alguna razón, sintió afinidad para conmigo.

Me escuchaba con inusual atención, sin pronunciar palabra; apenas alguna pregunta.

En esos momentos, sus ojos parecían iluminarse.

En un aparte pregunté discretamente si el chico era piloto.

Tuve una vaga respuesta que me hizo saber que no era así... -Tiene como 20 horas o más de vuelo... Pero le falta... Adora los aviones y es muy meticuloso en el trato de la máquina...

Y poco más que eso.

Era evidente que mi interlocutor no se sentía cómodo al responderme.

Ocasionalmente de visita en su casa, pude comprobar que El Capitán tenía la más vasta y asombrosa colección de revistas, manuales, boletines, digestos y publicaciones especializadas sobre todo tipo de avión, instrumental de vuelo, motores... desde los pioneros a la fecha...

¡¡ Admirable... asombroso...!!

Un par de días después, visiblemente enamorado del Comanche en que yo andaba, con toda humildad y respeto, me pidió le dejara sentarse en él.

Cuando se trata de mi pasión, siempre me conmuevo.

Emocionado le dije, -no sólo te sentás, sino que vas a volar conmigo ahora mismo antes que obscurezca.

   -No puedo creerlo, me dijo.

   -Podés creerlo. Y ya nos estamos subiendo.

Hicimos un vuelo formal dentro de los límites en torno al aeródromo.

Y en algún momento, apenas si se atrevió a acariciar el volante de mando.

Ese atardecer, había ganado “con creces” un nuevo amigo incondicional.

Terminado mi trabajo en aquella ciudad, volví a mis pagos de residencia, también junto a un río.

 

Menos de un mes después, me encuentro en plena plaza principal con él.

El Capitán, se había venido a “mi pueblo”...

   -P’a charlar contigo y p’a ver cómo era ese tan mentado avión Chipmunk, cuya fama ya ha trascendido las fronteras departamentales.. –dijo.

   -¿Y dónde estás parando acá? -le pregunté...

   -Ya estuve por el “aroclú” y me hicieron un lugarcito en la sede... Duermo de noche, pero de día levanto todo...

   -Pero no estás cómodo... y si hace frío...

   -No... en este tiempo no hace frío... Y si se siente olorcito a avión, p’a mi no hay mejor comodidá.

En vano le ofrecí mi casa.

El estaba mejor tal y como él decía.- Indiscutible.

Pasamos varios días en “continua clase” de instrucción...

Creo que respondí a todos y cada uno de los por qué, poniendo lo mejor de mí y todo lo que pudiera haber aprendido... La devoción, la casi pasión del alumno por conocer, inquirir, asimilar cada detalle... eran algo sobrenatural.

Y entonces, no podía ser de otra manera...

Fue así que una mañana, volamos en el querido Chipmunk...

En un simple “ocho” horizontal, comenzó a mostrarse ante mí la verdad...

De pronto, me dice: -¿Cómo es eso del aterrizaje táctico que hacían ...No me hace uno...?

Nada más sencillo.

   -Como no... ahí vamos.

Ese tipo de padrón más que maniobra, puede impresionar un poquitín en un jet a 800 KPH, pero en el querido Chipmunk, con su máximos 105 nudos...

Descendí “a pleno” en el eje de la pista sobrevolando la cabecera a no más de 50 pies...

Al llegar a la mitad de pista, ligera presión de ascenso, las alas a 90 grados del piso y bastón todo atrás con pedal contrario, en un viraje escarpado a máximo rendimiento.

...Quizás hasta 2 y media “G” con optimismo.

Desde atrás, en medio de la maniobra, vino un estridente alarido... -Hay mama.... no...no...no...!!!

Aflojé las presiones y ya a 180 del rumbo inicial suavicé todo lo más posible...

Aguardé un minuto y pregunté: -¿Todo bien Capitán...?

   -Si... formidable... fue hermoso, hermoso... –agregando... -¿adónde quedó la pista...?... ¿nos fuimos del planeta...?

Me pareció una respuesta un poco rara...

Aterrizamos y luego de “hangarar” el avión, fuimos a comer unos de esos inimitables deliciosos churrascos del Litoral Oeste uruguayo...

A la hora del café, comencé a unir retazos de la historia.

Preguntas al pasar, en mitad de una anécdota...

Juntando pedazos dispersos de respuestas separadas...

El Capitán siempre había adorado los aviones...

Cuando tenía 16 años consiguió, trabajando, el dinero necesario y comenzó el curso elemental de piloto...

Los instructores estaban –como yo en un primer momento- asombrados de la retentiva y memoria del alumno que asimilaba y acumulaba conocimientos teóricos.

También se fueron acumulando las horas de instrucción de vuelo.

Seis...nueve...once...diez y seis...

Obviamente, era ya el tiempo del primer vuelo sólo...

   -¿...Y...?... -pregunté.

   -Salí, pero no anduve bien... Tanto que el instructor se asustó y no me quiso dar más clases...

   -Pero...¿Cómo...?

   -Me dijo que descansara un tiempo... que íbamos un poco apurados... pero después él se fue y los instructores que vinieron nunca tenían tiempo para mí...

   -Bueno –le dije intuyendo alguna otra cosa y queriendo terminar el tema- -vamos a ver qué se puede hacer Capi...

   -No... muchas gracias... mañana me tengo que volver, porque no tengo más licencia...

   -Aahhh... bueno.. no sé... me gustaría ver si podemos probar...

   -Gracias profesor (me lo dijo en serio)... pero no creo que tengamos más tiempo igual...

Respuesta que también me pareció rara...

El Capitán volvió a sus pagos.

Una noche después, intrigado, llamo a mis amigos del Aeroclub de aquella ciudad:

   -Che... ¿cual fue el problema con el Capitán... por qué no le dan más instrucción...? es terrible eso...!!

   -Mirá...-me contestó mi amigo- te comprendo y es muy doloroso para todos... La vez que después de serias dudas el instructor lo largó sólo, no se mató porque no le llegó el momento... Nunca debió dejarlo volar... Hizo cuatro intentos para volver a la pista a cuál peor... El avión totalmente descoordinado... En uno le debe haber pasado a 1 metro y medio a la chimenea de la estufa... El ni se enteró de por donde anduvo...Tiene muy serios e insalvables problemas de coordinación y... y cuando “deja la vertical” se le termina el mundo... se desorienta totalmente... no sé si entre otras cosas está en el oído medio y qué sé yo... Una pena grande... pero jamás podrá ser piloto...

   -Gracias Kiko... perdoname la pregunta... Pero p’a mi es tan buen chico que... y la verdad... algo me imaginé, pero no sabía... ¡Qué lástima...!

Realmente, a todos nos apenaba.

Pasaron las semanas, los meses... Llegó el siguiente verano, con sus atardeceres dorados, las aguas de cambiantes colores, el camino plateado de las lunas en la superficie del “río como mar”...

Por alguna razón, sentí de pronto deseos de hacerle una visita a mis amigos y El Capitán...

Convido a mi “pior es nada” para el paseo ese fin de semana estival y, la noche antes de salir, llamo para avisar de mi visita...Algún pedacito de carne me iba a esperar en la parrilla...

La noticia, fue un tremendo impacto... Con gran alegría me recibían...

Pero... -Mirá... no sé si supiste lo del Capitán y el biplano...

Le respondí que no sabía nada de nada.

Y entonces, mi amigo me relató...

Hacía tres semanas, en un atardecer, El Capitán estaba en el hangar cuidando además la sede porque el matrimonio encargado, tenía un cumpleaños...

Lo acompañaban dos o tres pibes vecinos del lugar...

Según ellos dijeron, El Capitán les pidió lo ayudaran a sacar el biplano del hangar, porque -iba a dar una vueltita si ellos se quedaban a cuidar un ratito...

Los pibes no sabían que ese muchacho grande que estaba siempre con los aviones, no era piloto... y menos sabían de sus problemas psico-motrices.

El hecho fue que el Capitán trepó en la carlinga, encendió el motor y –saludándoles con la mano y gesto alegre- carreteó para alinearse en la cabecera...

Le escucharon los diferentes tonos del motor al chequear magnetos, al hacer el corte de mezcla, al probar el aire caliente del carburador...

Luego, decididamente aceleró y no bien estuvo la cola en el aire, comenzó a ascender, alejándose del piso...

Lo pudieron ver mientras se mantuvo en el rumbo del eje de la pista y luego, elegante y suavemente, ejecutar un viraje a la derecha, enfilando al río y ganando altura...

Rumbo al sol poniente, ya no pudieron verlo por el contra-luz, al tiempo que la distancia apagaba el sonido del motor...

La última imagen, fue la estampa añeja del biplano a contraluz, entrando en el disco brillante del sol del poniente... Una imagen espectacular y casi espectral...

Pasaron minutos, horas... pasó la tarde.

Después, la noche no pudo cubrir la ansiedad de una inútil espera, ni el tremendo dolor en la certeza de un viaje sin regreso.

El Capitán había emprendido, rumbo al sol, el vuelo más alto que un piloto puede volar.

En algún lugar, las aguas del río reflejaron la última y majestuosa imagen de aquel biplano...

En la carlinga, aunque sin gafas, ni chaqueta ni gorro de cuero, iba un piloto a los mandos.

Un piloto, que siempre había querido ser piloto.

En el ocaso de aquel verano, voló adonde quería volar.

Quizás, en la inmensidad del infinito, “El Capitán” encontró finalmente, la verdadera orientación.

 

Pedro S. Boggiani        

de “Mi amigo el Chipmunk”    

   

 

publicado previamente en Southern Winds Virtual     

publicado en Memorias del Tiempo de Vuelo en julio de 2007