Tres artículos sobre los
intentos de
establecer
bases militares extranjeras
en el Uruguay
en la década de 1940
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1.000 hidroaviones en Laguna del Sauce
Domingo 23 de abril de 2000
La investigación de un ministro uruguayo revela que
militares de los Estados Unidos aconsejaron en 1940 situar en Laguna
del Sauce, cerca de Punta del Este, una base aeronaval con 1.000
hidroaviones para dominar a la Argentina.
EL ARMA. Hasta un millar de hidroaviones
podían, según los EE.UU., establecerse en Laguna del Sauce, cerca de
Punta del Este. Para unos, podían ser nazis pero la mayoría creyó que
serían estadounidenses.
La estirpe de un investigador - El hombre que
alertó sobre el plan del FBI.
En 1940, cuando la Argentina era gobernada por el moderado presidente
Roberto M. Ortiz, una operación de inteligencia de Gran Bretaña para
obtener ayuda militar de los Estados Unidos se convirtió en una
gigantesca burbuja bélica que tuvo en vilo al gobierno de Uruguay.
Los británicos estaban perdiendo la guerra en Europa
y los ejércitos de Hitler parecían incontenibles, mientras los Estados
Unidos continuaban dominados por una mayoría que, en los dos grandes
partidos, se oponía a cualquier forma de participación en el
conflicto.
Fue entonces cuando desde Londres se indicó al
embajador inglés en Montevideo que debía poner en movimiento una
operación de inteligencia destinada a provocar la mayor conmoción
posible en torno al peligro que corría Uruguay de ser invadida por los
nazis. El único soporte real de la truculenta historia era la batalla
del Río de la Plata, librada por el acorazado alemán Graf Spee a fines
de 1939 contra varios barcos de guerra británicos. En base a esta
única aunque consistente materia prima iba a articularse una leyenda
sobre la amenaza nazi contra el Uruguay que, con inusitada rapidez,
envolvería a la agencia norteamericana de inteligencia y a los grandes
diarios de los Estados Unidos, todos ellos cautivados por la
imaginación del embajador inglés en Montevideo.
El diplomático, por cierto, no estaba solo. La
batalla naval en el remoto Atlántico Sur despertó la curiosidad de más
de uno. Un periodista avanzó sobre la idea de que los alemanes podían
estar buscando dónde establecer una base permanente para sus
submarinos en la región y un estratega del Departamento de Estado
estadounidense escribió por primera vez en un documento oficial
secreto que los alemanes podían apoderarse sucesivamente de Brasil,
Uruguay y Argentina.
En un reciente estudio, el historiador uruguayo
Antonio Mercader llega a la conclusión de que la diplomacia de Londres
se inquietó después de motorizar la cuestión del Río de la Plata,
cuando advirtió que los Estados Unidos se lanzaban a gestionar una
base naval propia en la región. En esos años, los ingleses
consideraban al puerto de Montevideo como un enclave vital para el
tráfico entre las islas Malvinas y Gran Bretaña que, en un caso
extremo, podía servir como refugio alternativo para su flota. Lo que
Londres realmente deseaba era capitalizar estratégicamente a las
Malvinas y después de resaltar su valor, incorporarlas tal vez a un
paquete de bases británicas que Winston Churchill ofrecía a los
Estados Unidos en trueque por barcos de guerra estadounidenses.
Churchill, quien estaba empeñado en obtener destroyers de la industria
naval norteamericana, no contaba con otra forma de compensación que
las bases navales que Inglaterra había acumulado en todos los mares
del mundo y la puesta en valor de las Malvinas formaba parte del
negocio. En esos días, tropas británicas desembarcaron en las islas
holandesas de Curazao y Aruba, frente a la costa de Venezuela, con el
pretexto de que los nazis que habían derrotado a Holanda podían
quedarse con sus colonias sudamericanas.
Churchill agregó estos trofeos al rosario de bases,
que incluía otras en Terranova, en el Caribe y en la Guayana, y las
ofreció a los Estados Unidos a cambio de 50 destroyers para reforzar
la maltrecha flota británica.
Pero la historia de la amenaza nazi al Uruguay había
alcanzado vida propia y no sólo se había derramado sobre la opinión
pública uruguaya, sino que además había intoxicado directamente al
servicio secreto norteamericano. El embajador británico en Washington
le expuso personalmente al ministro de Relaciones Exteriores de
Roosevelt lo que consideró un problema urgente: los nazis estaban a un
paso de invadir al Uruguay para apoderarse posteriormente de Brasil y
la Argentina.
El estado del complot nazi era dramático, según el
embajador, aunque no podía ocultarse que también invitaba a sonreír.
El grueso del ejército nazi que se disponía a invadir el territorio
uruguayo eran 200.000 italianos residentes en el país, sobre los
cuales se agregaba que "en su mayoría son fascistas preparados para
plegarse a los nazis". No solamente los italianos: también se
contabilizaban 16.000 alemanes y una retaguardia de 250 japoneses. El
alarmado embajador, un aristócrata con seis títulos de nobleza, estaba
a su vez bajo observación en Washington, porque también él arrastraba
un pesado antecedente como simpatizante nazi y miembro de un club de
activos antisemitas que se reunían en Londres en la mansión de lady
Astor.
La fabricación de la amenaza nazi al Uruguay había
sido una producción de la agencia de publicidad J. Walter Thompson,
que en sus oficinas de Londres condimentó las estadísticas ordinarias
del Uruguay de manera tal que convirtió en legiones fascistas a
pacíficos inmigrantes italianos.
La ignorancia sobre América del Sur predominaba no
solamente en los papeles confeccionados a los apurones. Tampoco los
hombres de gobierno distinguían muy bien a qué se referían y el
secretario de Estado Cordell Hull, por ejemplo, pasó mucho tiempo
diciendo "Paraguay" cada vez que comentaba la situación del Uruguay.
En el primer documento reservado sobre el complot, elaborado por una
desorientada agencia de inteligencia de Estados Unidos, sobre cinco
espías nazis señalados por sus nombres, cuatro resultaron ser
democráticos comerciantes judíos nacidos en Alemania, una equivocación
que causó irritación en Montevideo.
La campaña de inteligencia británica alcanzó su
máxima elocuencia ese mismo año cuando reveló que "barcos mercantes
con 6.000 nazis a bordo van hacia Brasil, donde tratarán de tomar el
gobierno". Roosevelt respondió con el plan Pot of Gold, que consistía
en transportar 10.000 militares norteamericanos en 150 aviones hasta
el Brasil, de manera de impedir que los nazis ocuparan territorio
brasileño.
Esta fantástica operación, de la que el historiador
Mercader no ha logrado encontrar ningún rastro en los archivos
alemanes después de la guerra, sin embargo parecía razonable al mundo
de entonces, continuamente sacudido por la "guerra relámpago" nazi.
Fue, asimismo, el paso previo a otra gigantesca superchería: el ataque
a la Argentina desde Punta del Este. Aunque parecía imposible ya
entonces, y directamente inverosímil hoy, lo cierto es que expertos
militares de los Estados Unidos llegaron a la conclusión de que en
Laguna del Sauce, aledaña a la entonces despoblada playa de Punta del
Este, podían reunirse 1.000 hidroaviones, listos para librar batalla
en el Río de la Plata
Los responsables de la hipótesis, los oficiales de
la marina de Estados Unidos Albert Benjamin y William Brereton,
suscribieron un despacho reservado sobre el tema, que sin embargo no
termina de identificar la nacionalidad de semejante flota de
hidroaviones, sin igual en la historia militar.
Tampoco es más preciso un manual de operaciones del
FBI, editado por J. Edgar Hoover en 1942 especialmente para los
agentes destinados al Uruguay. El manual del FBI reproduce un programa
para el Río de la Plata que sigue sin definir la identidad de quienes
podrían controlar la región militarmente, aunque sostiene que: "Una
pequeña pero bien organizada fuerza militar en Punta del Este o
Montevideo podría controlar la boca y el canal del Río de la Plata y
podría bloquear efectivamente todo el comercio a través de los puertos
argentinos de Buenos Aires y Rosario (...) especialmente si dispone de
una aviación efectiva". La tensión en América del Sur tuvo su foco en
1940 con esta desbordante operación de inteligencia que emprendieron
los ingleses y a la que se sumaron los norteamericanos, momento en el
cual los primeros perdieron su interés.
En su libro El año del León, el uruguayo Mercader
subraya que el New York Times publicó 50 notas destacadas sobre el
Uruguay ese año, una cantidad igual a la que había editado en un
período completo de quince años anteriores. Entre ellas, había algunas
realmente inquietantes, como las que escribió uno de los periodistas
norteamericanos más célebres. "Instalados en territorio uruguayo, con
una base en Montevideo o en Punta del Este -escribió John Gunther-,
sería posible que domináramos a la Argentina".
También la United Press, desde sus oficinas
centrales, agregó una cuota de preocupación cuando escribió que "un
país como Argentina, de 3 millones de kilómetros cuadrados y más de 13
millones de habitantes, tendría sus dos principales puertos
dependiendo de una base naval en Punta del Este o en Montevideo".
Al final del "año del León" el presidente Ortiz, sin
abandonar su prudente estilo presidencial, dijo que no dudaba que
Uruguay "iba a tener presentes los intereses argentinos".
La base de los Estados Unidos no llegó a concretarse
y los 1.000 hidroaviones norteamericanos tampoco se posaron jamás en
las aguas de Laguna del Sauce, aunque para los gauchos de Maldonado y
los solitarios bañistas de Punta del Este hubiera sido un espectáculo
realmente inolvidable.
Rogelio García Lupo
periodista
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El león
Domingo 23 de abril de 2000
La formidable lucha de Herrera en pro de la
soberanía nacional, oponiéndose como un león -el símil es de sus
adversarios- a la instalación de bases norteamericanas en territorio
oriental estuvo en la base de la ruptura constitucional de Baldomir,
que estaba dispuesto a terminar con la influencia de Herrera para
poder acordar con los Estados Unidos la instalación de dichas bases;
el libro "El año del león", de Antonio Mercader, lo prueba de manera
fehaciente. Esta actitud de impresionante grandeza en el sostén de la
dignidad patria ("mi vaso es pequeño pero yo bebo en mi vaso") provocó
que se le colgara el ya mencionado sambenito de nazi y de fascista,
calumnia que él llevó con su reconocida grandeza de espíritu y que el
pueblo hizo trizas un 30 de noviembre de 1958, dándole la victoria
electoral más inesperada y espectacular de la historia de este país.
Herrera no fue nunca antinorteamericano. Es más,
expresó en numerosas ocasiones su admiración por la gran democracia
del Norte, frente a la cual representó diplomáticamente al Uruguay
durante un período. Pero sí fue un acérrimo enemigo de las
intervenciones norteamericanas en la vida política de otros países,
que se dio tantas veces a lo largo del siglo pasado.
Mantuvo esa postura de la manera más intransigente,
como tema de principios, más allá de conveniencias de coyuntura o de
repercusiones electorales. Su antiimperialismo fue cristalino e
inobjetable precisamente porque era auténtico, y se basaba en la
concepción de la igualdad esencial de derechos de todas las patrias,
lo que se da de bruces violentamente con el uso de la fuerza para
imponer hegemonías de cualquier tipo. Por ello ha pervivido, y está
aún vigente; mucho más que la de quienes se consideran la expresión
más pura del antiimperialismo cuando se trata de los Estados Unidos,
pero que han justificado históricamente otras intervenciones de otras
superpotencias en la vida interna de otros países. El antiimperialismo
marxista, en este país, ha sido siempre hemipléjico, tuerto, indigno
en definitiva de ese nombre (defendió, por ejemplo, las intervenciones
de la URSS en Hungría 1956 y Praga 1968, o la invasión de la misma
superpotencia, hoy desaparecida a causa de sus gravísimos errores, en
Afganistán). El de Herrera, en cambio, fue general y principista, y no
se dejó jamás afectar por simpatías o antipatías ideológicas. Por ello
mantiene hoy toda su vigencia. En esa lucha Herrera justificó
ampliamente el mote de "león" que le reconocieron incluso sus
adversarios.
El hombre que alertó sobre el plan del FBI En el
Parlamento uruguayo, el senador Eduardo V. Haedo, que años después
sería presidente de su país, alertó sobre el peligro de una base naval
vecina a Punta del Este y mencionó la cuestión de los hidroaviones.
En ese mismo momento, la idea de bombardear Buenos
Aires ya figuraba en los papeles secretos del algunos funcionarios de
los Estados Unidos. "La base de Laguna del Sauce es una de las cosas
más graves que se puede hacer en el Uruguay (...) Y a esa base
aeronaval ¿qué se le va a poner? Es un plan belicista y militarista
que obliga al país a la adquisición de una gran cantidad de
hidroaviones. Y si no los adquiere el país porque no está en
condiciones de pagarlo, ¿quién va a utilizar esas bases?
Necesariamente serán países extraños, potencias extranjeras (...) Esa
base de Laguna del Sauce puede ser motivo de conflicto, de que se
desaten días de tragedia y angustia en nuestra tierra (...) La Laguna
del Sauce artillada es un peligro para la libertad del Río de la
Plata, vale decir que quien se apodere de esa laguna, que quien tenga
el dominio de esa laguna, quien tenga superioridad de hidroaviones
para poblar esa laguna, es materialmente el dueño del Río de la
Plata."
Este fue el discurso de Haedo en 1940. Insistió
varias veces en que no temía una invasión nazi desde Europa porque los
alemanes ya habían demostrado su incapacidad marítima para atravesar
el canal de la Mancha después de la derrota en Francia. La ironía de
Haedo destelló cuando ridiculizó la hipótesis estadounidense de que en
Laguna del Sauce podían posarse hasta mil hidroaviones.
(Se agradece información
sobre el autor de este artículo)
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Uruguay centro de intrigas tras el
hundimiento del Graf Spee
Tras el hundimiento del acorazado alemán Admiral Graf Spee en 1939, en
la Batalla del Río de la Plata, Uruguay fue escenario de luchas
intensas y silenciosas de los servicios de espionaje de Inglaterra,
Estados Unidos y de la Alemania nazi. Sesenta y cinco años después de
esa batalla y con la operación en marcha para rescatar del fondo
marino al acorazado, vuelve a la actualidad el tema sobre complots e
intrigas cuando Uruguay fue el centro de la atención internacional.
Los países aliados contra Alemania en la Segunda
Guerra Mundial intentaban establecer bases militares para vigilar el
estuario del Río de la Plata y el Atlántico Sur, lo cual no prosperó.
El periodista, abogado y ex ministro de Educación y
Cultura, Antonio Mercader escribió en 1999 el libro "El Año del León"
donde sobre la base de documentos del Archivo Nacional de Estados
Unidos y de fuentes diplomáticas, rescató la figura del finado
caudillo Luis A. de Herrera. Dirigente del partido Nacional, De
Herrera fue el más tenaz opositor a la instalación de esas bases
militares, impulsadas bajo el pretexto de detener un presunto complot
nazi para instalarse en el Uruguay a fin de controlar países
sudamericanos y las vías atlánticas.
"León" fue el nombre con que los servicios secretos
ingleses y norteamericanos identificaban a De Herrera, objeto de una
especie de "leyenda negra" de ser pro-nazi. Años después se determinó
que su posición estaba inspirada en su acendrado nacionalismo.
El autor del libro destacó que De Herrera, bajo los
principios de neutralidad y defensa de la soberanía, se opuso a los
propósitos estadounidenses, y el caso uruguayo forzó a Estados Unidos
a usar como estrategia que los países americanos "aceptaban construir
bases militares, pero retenían su dirección y buena parte de sus
derechos soberanos".
Las jurisdicciones del Río de la Plata,
fuente inagotable de altercados entre sus ribereños, se concretó en
1976 con la firma del Tratado del Río de la Plata y su Frente
Marítimo.
RAUL O. GARCES
Associated Press - Montevideo
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